lunes, 5 de diciembre de 2016

Las telas de la discordia

   Fue a mediados del siglo XVIII.
   Por aquel entonces la villa de Zarza la Mayor gozaba del reconocimiento general.
  Habíase instalado en ella un proyecto fabril de enorme interés: la manufacturación de tejidos, especialmente los confeccionados con hilos de seda.
   Los telares tenían gran actividad, dando trabajo no sólo a los vecinos de la localidad, sino también a un numeroso grupo de artesanos textiles procedentes de distintos puntos de la geografía penínsular. Y, puede decirse que quien no laboraba de forma directa con las telas, lo hacía indirectamente, proporcionando material y servicios a la masa obrera de la fábrica. En definitiva, la mayor parte de la sociedad zarceña vivía a expensas de aquel producto ilustrado que se denominaba Real Compañía de Comercio y Fábricas de Extremadura.
   Su historia particular comenzó años antes, casí a comienzos de la centuria, una vez que los fatídicos tiempos de la Guerra de Sucesión quedaron atrás, y los zarceños se afanaron en devolver la grandeza a sus hogares y pueblo común.
  Zarza había sido destruída por el ejércio enemigo durante el mes de mayo de 1705, por cuya causa estuvo deshabitada hasta 1713, cuando sus antiguos moradores empezaron a regresar para levantar de nuevo lo que antaño les había sido arrebatado por el ímpetú violento de la guerra.
  Bastaron pocas anualidades para que se notará el progresivo avance a mejor. Las gentes, aprovechando su cercanía a Portugal, y los buenos tratos que desde siempre habían mantenido con los lusos, crearon un incipiente intercambio de mercancías, dando lugar a que, para canalizar todos sus beneficios en pro de la Hacienda Pública, se ubicará una Real Aduana en la villa. Oficina de control, receptora de grandes cantidades económicas procedentes de los impuestos que se cobraban a las mercancías que transitaban de un lado a otro de la frontera zarceña con Portugal.
  Así, en el año 1720, el producto total de las rentas generadas por la Aduana se valoró en 718.283 maravedíes; y en 1740 se incrementó hasta alcanzar 1.194.380 maravedies. Sólo había un puesto fronterizo capaz de generar mayor saldo: el situado en Badajoz.
  Las autoridades pronto vieron la necesidad de aprovechar semejante filón. Y fue un grupo de mercaderes zarceños, precisamente los mismos que habían logrado aquel milagro financiero, los impulsores del proyecto que, más tarde, se materializaría en la fundación de la citada Real Compañía de Comercio.
  Concedidas las oportunas Ordenanzas y Privilegios para su establecimiento y administración, fue durante el mes de mayo de 1749 cuando se inicio la vida de tan prestigiosa entidad fabril.
   Zarza la Mayor conoció entonces un resurgir aún mayor del que ya venía notándose. Comenzaron a llegar personas en busca de trabajo, y otras tantas a ofrecer sus servicios a los nuevos empleados de la Real Compañía. Los censos demográficos crecieron notablemente. Hasta en los hogares más numerosos, no había miembro que conociera la inestabilidad laboral.
   Un tiempo que dibujaba un futuro esperanzador.
  Pero era un proyecto industrial con visos de modernidad, que rapidamente choco con las tradicciones seculares de buena parte de la población. A pesar de contar con muchos apoyos, incluso desde las altas esferas, como el caso del soberano matrimonio Fernando VI & Bárbara de Braganza, también existía una enorme masa vecinal que no vio con buenos ojos los cambios que traía consigo el proyecto empresarial.
   Acatar sus órdenes y formas de administración, significaba para muchos dar un paso atrás en sus aspiraciones particulares, las cuales habían ido viento en popa hasta poco antes de que los manufactureros textiles se instalaran en el pueblo. Comerciar estaba bien, pero ellos preferían hacerlo a la usanza antigua: con pequeños tratos, en grupos reducidos de comerciantes, dónde el tráfico legal de mercancías convivía sin apenas miedo con los deslices ilegales de productos. Eso era lo fundamental, lo que a ellos les había proporcionado su status y riqueza, lejos de los grandes contratos y produciones fabriles, siempre bajo férreo control del gobierno estatal.
  El contrabando, el meollo de la cuestión.
  Pero también la falta de preparación, de logística, de buenas prácticas, de visión empresarial, de futuro emprendedor, de mirar por el bien común.
  Y por ahí comenzaron a deshilarse aquellos dorados tejidos que, durante unos años, habían venido aportando nuevos aires a Zarza la Mayor y sus habitantes.
  Unos no querían que aquello fuera a más y prosperase; otros que, teniendo responsabilidades para que fuera un éxito, no supieron, o no quisieron, colaborar para cumplir tan loable objetivo; y un reducido grupo que, con artimañas, tejió el mal que, finalmente, dio al traste con todos los sueños.
  Ladrones, cuatreros, contrabandistas, gentes oscuras dedicadas a sus empeños personales, fueron la base que hizo caer todo el edificio empresarial.
  Desviando mercancias al control aduanero y de los propios administradores de la Real Compañía, colaron los números rojos en las cuentas anuales que se debían rendir a los asociados de la fábrica textil. Surgieron las protestas, y de ahí un paso a las investigaciones. Se descubrieron entonces muchos errores. Algunos inocentes, pero otros lo suficientemente calculados. La bomba de relojería explotó ante la incredulidad de aquellos que soñaban con que la fábrica sería el pilar para el futuro de sus familias, descendientes y, en general, el beneficio y crecimiento del pueblo.
  Poco más de diez años duró aquella fantasía. Unos lo celebraron a lo grande pues, no en vano, con la caída del gigante se aseguraban su forma de vivir la vida; otros lloraron a escondidas la oportunidad perdida de poder cambiar y progresar.
  Contrabando, mala administración, intereses ocultos. Toda una tupida red negativa.
  Hoy nos queda el recuerdo de algunos edificíos y lugares que antaño fueron centros de vida y actividad; y un voluminoso montón de papeles viejos, amarillentos, dónde la pena de unos y la alegría de otros quedo marcada para la eternidad.

martes, 11 de octubre de 2016

De papeles y héroes olvidados

   El año 1928 fue muy interesante en la vida sociocultural zarceña. Entre otras muchas de las actividades que se celebraron, cabe destacar la publicación de la primera monografía, rescatando datos sobre el pasado local. Llevaba por título Zarza la Mayor: Impresiones y recuerdos, siendo sus autores don Antonio del Solar y Taboada, y don Marcelo López de Alba, dos personajes clave de la sociedad zarceña de comienzos del siglo XX: el primero, uno de los grandes propietarios; y el segundo, miembro del clero. Ambos, eruditos locales, el arquetipo intelectual de aquellos tiempos.
    Trabajo de cortas aspiraciones, si bien imbuido del espíritu regeneracionista que tanto éxito tenía entonces. Escaso de crítica, dejándose llevar numerosas veces por antiguos cronicones, valorando más lo etnográfico que lo histórico..., enfin, son varias las particularidades que podríamos exponer acerca de aquel librito. En cualquier caso, una obra que sentó precedente, convirtiéndose en un mito para las generaciones futuras, sobre todo porque hubo de transcurrir un largo periodo de tiempo para ver aparecer en el mercado una nueva referencía bibliográfica. Hasta el año 1996.
    Dejando atrás la revisión del texto y sus formas, sí es destacable que para la redacción del mismo, tuvieron sus autores la oportunidad de consultar documentos que actualmente han desaparecido o cuyo paradero es desconocido. Con el buen tino de transcribir alguno para que formará parte de un curioso Apéndice Documental, tenemos la fortuna de acceder hoy a parte de esos interesantes papeles. Sin duda, el logro principal del tandem Solar/López. Pero no fueron todos los que corrieron aquella loable elección.
    Según lo anterior, es una enorme suerte que, de tiempo en tiempo, un ejemplar solitario de esos olvidados legajos salga a la luz. Merecido premio a una búsqueda intensa. Unas veces custodiado en el rincón más oscuro y apartado del viejo archivo; otras, al final de un estante de biblioteca en continuo desuso; y, curiosamente, las más de las ocasiones, apareciendo en domicilios particulares a dónde, quién sabe cómo y cuando llegaron en su día, abandonando al resto de compañeros.
    A un caso concreto de hallazgo hemos tenido ocasión de ser testigos. Renacimiento. << Esos papeles perdidos >> Documento que se presenta en esta entrada.
    Fechado a 24 de febrero de 1824,  fue transcrito por don Antonio y don Marcelo, insertándolo en el Apéndice nº 3 del libro referenciado, pp. 93-94.
    Memorial firmado por varios zarceños, la gran mayoría solteros, quienes habían participado como soldados en la Guerra de la Independencia, formando parte de los batallones de voluntarios que lucharon contra el invasor francés.
   Finalizada la contienda, algunos años después se quiso premiar a aquellos esforzados patriotas, asegurándoles el poder adquirir tierras que, hasta entonces, habían pertenecido al común de la villa.
   El hambre de terrenos agrícolas era ya una realidad muy evidente por aquellos años de comienzos del siglo XIX, así que la oportunidad que brindaba el Estado a los militares veteranos, fue rápidamente aprovechada por éstos, aparte de otro numeroso grupo de vecinos, que también tenían derecho al reparto.
   Los terrenos que se sacaron a sorteo fueron, principalmente, los que se hallaban en la zona llamaba El Barrero, así como un pedazo de tierra concejil labrantía cercano al popular paraje de la Cruz de Salvatierra.
   Como indica el documento, gracias a las firmas estampadas, conocemos los nombres de muchos de aquellos zarceños que lograron sus propósitos. Apellidos que, en buena parte, aún se conservan actualmente; en cambio otros han desaparecido.
   Removiendo papeles y cotejando unos con otros, hemos conseguido identificar a casi todos ellos, poniéndolos en relación, siguiendo la genealogía, con familias que hoy residen en Zarza la Mayor.
   La fotografía refleja el trabajo investigador realizado. Nos ofrece copia del documento transcrito. Pero también incluye imagen del original.
   Y, para los curiosos, en cuanto a los nombres, aquí van tan sólo algunos, debidamente comprobados y con su grafía completa. Quizás haya quien se reconozca.

  Cosme Victorio Damián Soto Cotanda; Antonio de Quiroga y Soler; Higinio Montero Gutiérrez; Juan José Méndez Morán; Pedro Elías Prieto Carretero; Valeriano Blas Caro Pérez; Tomás José Moreno Hernández; Casimiro Benigno Alfonso Caldera; Eugenio José Pérez Dotor “el Colombo”; Juan Bofill y Bofill.
 
 

sábado, 6 de agosto de 2016

Guerra de papel

  
   Son ya muchos los documentos que, mediante diferentes entradas de este blog, hemos venido presentando, todos directamente relacionados con la denominada Guerra da Restauraçao, la cual, desde 1640 hasta 1668, tuvo en constante vilo a la frontera de España con Portugal, y de forma muy especial a los territorios que comprenden las actuales provincias de Badajoz, Cáceres y Salamanca.
   Un conflicto bélico que cada vez llama más la atención de los investigadores, y buena prueba de ello es el aumento de publicaciones que se refieren, bien parcialmente o en un todo, a ese importantísimo periodo de la historia para las dos naciones peninsulares.
   Estudios que abarcan un sinfin de aspectos, tratando de ofrecer información desde puntos de vista distintos. Curiosamente, el tema militar parece el menos investigado; en cambio, se ha puesto mayor énfasis en asuntos como la diplomacia y la situación política que deparó dicha guerra.
   Por fortuna ese vacio se está comenzando a ocupar, y son frecuentes los trabajos que intentan dar luz al ámbito propiamente bélico.
   Desde aquella magna obra del conde de Ericeira, Historia de Portugal Restaurado, publicada por vez primera en 1679, y que resulta ser un compedio de toda la guerra observada desde el lado portugués, han ido llegando, poco a poco nuevas referencias bibliográficas. Una visión de conjunto y objetiva de lo sucedido a lo largo de aquellos veintiocho años.
   Ultimamente hemos visto en el mercado editorial un repunte de publicaciones centradas en la Restauraçao lusitana, y a diferencia de lo que venía siendo pauta, en esta ocasión han gozado de mayor interés aspectos como el alojamiento de tropas, o el que versa acerca de las fortificaciones. Recordar que ambos ha sido tratados en nuestro blog.
   Queremos sumarnos a esta renovada tendencia investigadora, y para empezar vamos a hacerlo señalando algunas fuentes documentales que nos han servido para la redacción de las entradas a que haciamos referencia.
   La mayoría con la particularidad de ser inéditas, procedentes de archivos y bibliotecas, dónde habían permanecido ocultas hasta el momento de nuestra consulta y publicación.
   Reuniendo ambas colecciones, podemos decir que se cuenta ya con un valioso aparato documental para conocer mejor lo sucedido.
   Aquí quedan, por tanto, como breve muestra, referencias para el curioso interesado en la materia.
 
BIBLIOGRAFIA
  • El Real ejército de Extremadura durante la Guerra de la Restauración de Portugal
  • O Combatente durante a Guerra da Restauraçao
  • Apuntes para la historia militar de Extremadura
  • A Guerra da Restauraçao no Baixo Alentejo
  • Restauraçao
  • Cartas e outros documentos da época da Guerra da Aclamaçao
  • The Portuguese Revolution
  • A Restauraçao portuguesa de 1640
  • Cartas dos governadores da provincia da Alentejo a el rey d. Joao IV
  • Las fortificaciones de Badajoz durante la Guerra de la Restauración de Portugal
  • Linhas de Elvas
  • La Guerra de Restauración portuguesa en la Sierra de Aroche
  • A cavalaria na guerra da Restauraçao
  • La rebelión de Portugal. Guerra, conflicto y poderes
  • El gobierno militar en los ejércitos de Felipe IV. El marqués de Leganés
  • Ajuda, último puente fortaleza de Europa
  • El convento de la Santísima Trinidad y el baluarte de la Trinidad, en Badajoz
  • Palmas y Ajuda, dos puentes rivales en el Guadiana fronterizo
  • La Baja Extremadura durante la Guerra de Restauración de Portugal
  • La frontera atacada, la frontera defendida.
  • Guerra de separación de Portugal. El asedio a Badajoz de 1658
  • A provinçia da Beira no contexto da Guerra da Restauraçao
  • Fortificación y guerra en el sureste de Badajoz
  • El Atlas Medici de Lorenzo Possi
  • Fortificaciçon y guerra en una villa rayana. Ouguela durante la Guerra da Restauraçao
  • A batalha de Castelo Rodrigo


     
FUENTES DE ARCHIVO
     
  • Relaçam da entrada que o general Martim Affonso de Mello fez na villa de Valverde
  • Relacion verdadera de lo que sucedio en veintiseis de mayo, en el reencuentro que tuvieron las armas con las del rebelde de Portugal en la campaña de Montijo
  • Relacion verdadera de los sucesos de las armas entre Portugal y Castilla
  • Descripçao geral de tuda a fronteira entre Espanha e reino de Portugal
  • Informes del duque de San Germán, general del Real Ejército de Extremadura
  • Relación del número de oficiales y soldados que forman en los Tercios del ejército
  • Relación de todo lo que a obrado el exercito de Estremadura por las partes de Portugal rebelado
 

 
 
 
 
 
 
 

domingo, 3 de julio de 2016

Velando armas

<<...Año de 1641. Rebelado Portugal por los fines del año antecedente, se imbiaron luego diferentes personajes a la frontª, como en tiempo de Felipe 2º, pª q cada uno en su distrito armase la gente necesª, fortificase los pvestos mas a proposito, y dispusiese todo lo demas que se reqeria para la offensa y defensa. Señalose a cada Gral un ministro togado, q con tlº de superintendente de la Justª. le asistiese en el manejo, y exon de lo que tocaba a su profesion. El Conde de Oñate y Vª Mediana fue el prº q en esta forma baxo a Estremª, hizo su asiento en Albuquerqe, y era su distrito desde aquella plaça hasta Sierra de Gata. Asistiole d. Jª de santiliçes, entonçes del Consº de Yndias ....>>.

   Pocas palabras pueden añadirse al párrafo anterior, pues bien resume el modo en que se estableció la defensa de la franja fronteriza con Portugal, que actualmente se corresponde con el occidente de la provincia de Cáceres.
   El cuartel principal de mando de esa demarcación se ubicó en la villa de Alburquerque; pero era un distrito demasiado amplio para disponer de tan sólo un eje aglutinador. Así, compartió titularidad con la plaza de Alcántara, desde dónde se controlaban con mayor precisión las poblaciones situadas al norte del río Tajo, en tanto que las del sur dependían directamente de la sede alburqueña.
   Y en Alburquerque, tal como nos lo recuerda el texto, afincó aquel que fue designado para dirigir todo el distrito: don Iñigo Vélez de Guevara y Tasis, conde de Oñate y Villamediana.
   Prosiguen después dichas líneas diciendo que el gobernador político-militar conto con la ayuda de un eficiente funcionario, Juan de Santilices. Cierto. Entre ambos se dedicaron, casi toda la anualidad de 1641, a coordinar las tareas de defensa de un territorio que, por entonces, presentaba graves carencias para afrontar una incipiente guerra contra la vecina nación portuguesa.
   Mucho trabajo tenían por delante Oñate y Santilices. No debían demorarse, y nada más hacer asiento de sus respectivos cargos, trazaron planes. Lo primero, conocer el estado real de la situación para, con los datos correctos, analizarlos y comenzar a planificar lo que era necesario al objeto de fortalecer tan vasta extensión fronteriza.
   Recorrieron todas la poblaciones que quedaban bajo su responsabilidad; se entrevistaron con todos aquellos personajes que podían ofrecer colaboración; emitieron órdenes para reclutar hombres hábiles para el manejo de las armas; requisaron, compraron, y repartieron todo tipo de pertrechos y otros utensilios bélicos; se recolectó lo mejor de los campos y huertas de siembra para llenar los almacenes de avituallamiento; se mejoraron los sistemas defensivos de muchos pueblos, bien reconstruyendo lo existente o haciendo nuevos baluartes y fortines..., etcetcetc. Una tarea dantesca.
   De todo ello queda hoy abundante testimonio. Por un lado un numeroso grupo de documentos; de otro, los propios restos de aquellos edificios que, en su tiempo, sirvieron para guarnecer a los habitantes del distrito rayano. Y también lo que, como un tesoro, conserva la memoria popular.
   Tomando notas de esos papeles, piedra y acervo cultural, sabemos, por ejemplo, cual era la naturaleza de plazas tan importantes como las referidas Alburquerque y Alcántara, de quienes dependía gran parte de la seguridad del resto de las comarcas que encabezaban.
   En esta última, con un castillo prácticamente derruido, la posición fuerte de sus vecinos era el famoso puente levando sobre el Tajo. Obra, entre otros curiosos aspectos, de enorme longitud <<...donde una posta tiro con una escopeta y vala rasa de un lado a otro a un blanco y alcanzo la vala...>>. Pero, sin embargo, la guarnición militar era escasa, y apenas dueña de armas para todos sus integrantes. Un primer punto a corregir.
   Alburquerque mejoraba las expectativas, siendo población de gente <<...velicossa y inquieta, enseñada ahazer grandes exçessos...>>, lo que, sí en parte beneficiaba en pro del espíritu guerrero, en parte perjudicaba: vigilar a los díscolos e indisciplinados era misión complicada. La fortificación alburquense ofrecía un aspecto más saludable, con muralla entera, asomada a un despeñadero casí insalvable para frenar ataques de hipotéticos enemigos.
   Los informes continuan hablando: Valencia de Alcántara, que trabajaba en su línea de murallas para cerrar parte del caserio, hasta entonces indefenso en el extrarradio; Brozas, lugar grande, pero abierto, con un palacete no muy seguro; Trujillo, bien fundada y protegida; Cáceres, cuyo ayuntamiento había acordado levantar algunas torres de vigilancia en derredor de la ciudad; La Codosera, pequeña aldea en la misma frontera con los rebeldes lusos, necesitada de soldados que cubriesen su flanco; Azagala y Piedrabuena, castillos medievales acondicionados ahora para la guerra que estaba comenzando; villa de La Zarza, bastión indispensable para la defensa de Coria y Sierra de Gata...., y así una amplia nómina de localidades, cada una con sus características, positivas y negativas, valorándose la forma de aprovecharlas de la mejor manera en bien común.
   De enero a junio de 1641 fueron pasando los días y los meses. Llegado el caluroso verano, comenzaron las hostilidades. Pequeños devaneos, escaramuzas de mínima consideración, pero que sí fueron poniendo a prueba los recursos defensivos que hasta ese momento Oñate y Santilices habían organizado.
   Al otro lado, Alvaro de Abranches e Cámara dirigía los asuntos defensivos de la provincia de Beira. Como hicieron los castellanos, también en Portugal designaron dos puntos de interés: Almeida y Penhamacor. Con mayor responsabilidad la primera, aunque el tiempo obligó a compartir su lugar de vanguardia con la segunda.
   Reclutas, acopio de material militar, recomposición de fortificaciones, fueron tareas similares en uno u otro lado de la frontera. Y los Informes vuelven a recordárnoslo.
   Pronto iremos desgranando, folio a folio, ese rico archivo documental que guarda celosa la raya beirense-cacereña. Mientras tanto, cuales soldados de primera línea, oteamos el horizonte y, con los cinco sentidos en alerta, quedamos velando armas.

domingo, 5 de junio de 2016

Caminando sobre el estómago

    Lo decía un conocidísimo general del siglo XIX, pero aquella máxima bien puede ser válida para cualquier época de la historia militar. Por ejemplo, en la Extremadura de mediados el XVII.
    Por entonces la Guerra da Restauracáo portuguesa estaba en su apogeo, y la región extremeña se había convertido en receptora de una ingente cantidad de soldados que integraban el denominado Real Ejército de Extremadura, formado por la corona de los Austrias para volver a reintegrar en sus dominios a los rebeldes lusitanos.
    Cada aldea, cada pueblo, cada villa, cada ciudad eran un cuartel enorme de tropas. Sus vecinos convivían con la soldada, caballería, tren artillero, y todo el resto de pertrechos militares de una forma natural, si bien no faltaron accidentes extraordinarios, fruto de un ambiente cada vez más hostil y complicado. La guerra se iba alargando demasiado, y eso se notaba en las relaciones entre civiles y combatientes.
    Una de las causas que propiciaban los desencuentros fue la falta de alimento.
    Obligados a servir en el oficio de las armas, muchos hombres eran reclutados en lugares fuera de la provincia extremeña y, una vez en sus cuarteles de destino, supuestamente debían recibir un sueldo para mantenerse. Dinero que, por diversas circunstancias, en una guerra de segundo nivel en las prioridades de los Austrias, era siempre muy escaso, y el poco que llegaba apenas daba para socorrer a las tropas, dedicándolo a otros menesteres. De tal modo esto se repetía, que los soldados, especialmente los foráneos, sin la prometida paga, se veían en una situación difícil de supervivencia, abocados a unas condiciones calamitosas.
    Carecer de moneda para adquirir alimento, bebida o cualquier otra necesidad, les empujaba a buscar sustento usando medios nada honrosos, tales como el robo. Y, en última instancia, eran numerosos los que optaban por desertar, regresando a sus pueblos de origen.
    Los altos jefes pronto entendieron aquel mal que se propagaba entre sus subordinados, y pusieron en marcha sistemas con el fin de evitar los indecorosos usos y el debilitamiento de la tropa.
    Estaba claro que encontrar dinero era muy difícil, por lo tanto había que equilibrar la falta con otro tipo de recompensas. Y fueron los habitantes de Extremadura sobre los que recayó la responsabilidad.
    Ante la inexistencia de edifícios para albergar a la soldada, ésta fue alojada en los hogares de los propios vecinos quienes, al mismo tiempo, hubieron de alimentar al militar que les tocaba acoger, e incluso al caballo, en caso de que fuera soldado montado.
    Las familias extremeñas, cuya situación ya era de por sí lamentable, notaron esta pesada carga. Muchos buscaron privilegios para no alojar y, aquellos otros que no podían excusarse, con el tiempo se veían imposibilitados para seguir manteniendo a sus obligados huéspedes. Era entonces cuando surgían los problemas, pues el militar exigía cuchara, plato, fuego para calentarse, cama para descansar, y sustento para su cabalgadura.
    Cientos de quejas se amontonaban en la mesa de los altos mandos. La vecindad, harta de los excesos de los soldados; y los soldados, sin paga y sin alimento, abocados a la rapiña y violencia para sobrevivir.
    Y enfrente un enemigo que se deleitaba con semejantes asuntos, pues veía en ellos un apoyo a sus intereses. Sin duda un ejército castellano indisciplinado era menos poderoso, y más fácil de batir.
    A paliar la cuestión se presupuestaron diferentes modelos. Hubo uno que resultó ser el que mejor fruto rentaba: entregar el abastecimiento a personas particulares, dado que la administración se mostraba incapaz para gestionar tan fundamental materia. Y es que el suministro a cargo de los gobiernos incrementaba los gastos en perjuicio de la Real Hacienda.
   Los contratos firmados con aquellos que se ofrecían a hacerse cargo se denominaron Asientos, mediante el cual su responsable (el Asentista) se obligaba a entregar una concreta cantidad de alimento (raciones) al ejército durante un periodo de tiempo limitado, bajo unas condiciones ajustadas a la ocasión (fuera en tiempo de guerra viva, o cuando la tropa se recogía a invernar en sus cuarteles).
    Este modelo fue el comúnmente utilizado durante toda la Guerra contra Portugal, afectando a multitud de viandas, principalmente cereales (trigo y cebada); pero también a la carne, vino, y pescado.
    Con el trigo se elaboraba el llamado Pan de Munición, que era unas hogazas, de peso establecido previamente, entregadas a los soldados a diario, como base de su dieta alimenticia. Y con la cebada se procuraba forraje para las caballerías.
   Dado el tamaño creciente del ejército, únicamente podían asumir el control de su manuntención personajes de entidad o que, al menos, tuvieran el poder económico suficiente para iniciar trámites de acopiamiento de grano, posterior elaboración del pan, y, para terminar, su distribución en los lugares dónde se acuartelaba la tropa. En esencia, se trataba de un modelo capitalista. Y, en este sentido, surgieron clanes familiares especializados, que coparon toda la cadena desde principio a fin. Hablamos de las casas Siliceo y Aguilar.
   En Extremadura, durante los primeros compases de la guerra, el suministro del pan de munición fue responsabilidad del Estado; pero apenas transcurridos unos meses, enseguida se vió la necesidad de utilizar los Asientos para garantizar la manutención de los militares. Así lo declaraba el proveedor general:

   <<... y enquanto a asentar el Pan de Muniçion nos hauian dicho que se haçian assientos con Personas que se obligassen adar cantidad señalada de Raçiones cada dia, siendo esto lo mas combiniente para la Rl Haçienda ...>>

   A las pujas para quedarse con la obligación de suministrar alimento, se presentaron diferentes particulares. Pero fue la familia local pacense de los Siliceo la que logró hacerse con el reparto del pastel, sobre todo en lo que se refiere al abastecimiento de trigo y su consiguente Pan de Munición; para el caso de acopio de cebada y forraje, fue otro clan extremeño, el de los Aguilar, el mayor beneficiario.
   Una relación que perduró durante toda la guerra portuguesa, e incluso en fechas más tardías, síntoma de las jugosas rentas que obtuvierón de tal negocio los asentistas implicados, así como el beneficio que la Real Hacienda ganaba con este sistema.
    No estuvo exenta de dificultades. Más de una vez se produjeron denuncias sobre la pésima calidad del pan y cebada entregado (duro, de poco peso, menos raciones que las estipuladas por contrato..., etc.); en cualquier caso, el Asiento se fue renovando año tras año, con unas condiciones ajustadas a cada momento.
   La documentación conservada es enorme sobre esta materia, lo cual prueba la importancia que tuvo. Y es que, volviendo sobre la máxima con la que abriamos este capítulo, es de justicia reconocer que << un ejército siempre marcha sobre su estómago >>.

IMAGEN: recogida del cereal y posterior horneado del pan.

 
     

domingo, 1 de mayo de 2016

1644. In memoriam


           Aquel 18 de mayo del 1644, fue miércoles. Tiempos de guerra fatal para la memoria. La <<Restauraçao>> lusitana caminaba ya por su cuarto año, y en muchos lugares y pueblos de la raya divisoria se vislumbraban síntomas de cansancio entre sus habitantes, ante el rigor de una vida en continuo estado de alarma.

            Por términos de la fronteriza Zarza la Mayor, aquellas cuatro anualiadades habían sembrado odio y miedo. Y ahora comenzaban a ofrecer el amargo fruto de la venganza.
 
            El sol salió, como era costumbre, apretando sobre los campos zarceños, que sólo un día antes se habían teñido de rojo, bañados con la sangre de buen número de vecinos, caídos mortalmente tras sostener brutal combate mientras trataban de defenderse de un sorpresivo ataque portugués.

            Tan singular pelea se había iniciado al alba, y únicamente vino a termino con las postreras luces del atardecer.

            Los de la Zarza, gente valiente y esforzada, no se doblegaron al ímpetu acosador de los enemigos. Uniendo voluntades, lograron expulsar de la plaza al rival. Fue una jornada épica, cuyo relato, con el paso del tiempo, se tornaría en leyenda.

            Celebrando la dulce victoria, aplaudiendo a los héroes locales: Garrido, De Sande, Aguilar, López Dorado, y tantos otros, vivían los zarceños aquel mediodía, según glosaba el cantar <<... Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor... >>.

            La Plaza Mayor era un hervidero de alegrías, dónde cánticos, salves, y vivas se mezclaban con orgullo patrio local. Se contaban mil historias. Todos tenían algo que decir sobre lo ocurrido apenas veinticuatro horas antes.

            Como es sabido que el contento dura poco en casa del pobre, tan animado en su suerte andaba el paisanaje que, dados al bullicioso placer, perdieron la lógica en un instante.

            Bastó un sonido lejano, cuyo eco resonó atronador en el pueblo. Y de inmediato el caos. No hubo preguntas, solamente confusión, desorden y mucho, mucho temor.

            Las prisas se hicieron dueñas del escenario. Cada cual tomo el camino de su propia salvación.

            Aún así, en pleno desconcierto, todos confluían en un mismo lugar: la torre de la iglesia, el fortín irreductible. Allí seguro que estarían a salvo.

            Pero, hete aquí, que, cuándo más de media Zarza se recogía al interior del magnífico bastión, un leve chispazo, salido de quién sabe dónde, fue a detenerse junto a un rincón en el que se apilaban buena parte de los pertrechos militares. Nada menos que veinticinco arrobas de gruesa pólvora.

            Sin tiempo para reaccionar, aquello explotó como un gigantesco castillo de fuegos artificiales.

            ¡¡ Qué imagen tan cruel y sanguinolenta !! La clara luz del sol se tornó en oscuras tinieblas.

            Abatida desde su sólida base, la colosal torre se desplomó con suma facilidad en un abrir y cerrar de ojos, llevándose consigo a todos los zarceños que guarnecía en su panza. Niños, mujeres, ancianos los más. Las lenguas dijeron después, al contabilizar los muertos, que sobrepasaban las 350 personas.

            La misma plaza, dónde antes manaban risas y bailes, ahora se inundaba de lágrimas, cuitos y ayes. Un verdadero desastre.
 
            Sí. Aquel nefasto 18 de mayo fue miércoles. Y su huella aún perdura, imborrable, en la memoria histórica zarceña.

IMAGEN: restos de la desaparecida torre de la iglesia parroquial zarceña, que también servía de atalaya-vigía y almacén militar.
 

domingo, 3 de abril de 2016

Corriendo los campos; saqueando los pueblos


             La década de los años sesenta fue muy virulenta.

            Una guerra que había comenzado casi veinte años atrás, se tornaba ahora más peligrosa que en ningún otro momento del pasado.

            En las fronteras entre los dos reinos peninsulares se iba acumulando un gran número de soldados; cifras hasta entonces desconocidas.

            Liberado de otros frentes bélicos, el monarca castellano Felipe IV estaba en condiciones de reunir un potente ejército y situarlo en el único punto dónde aún persistían los problemas: Portugal.

            Y en Portugal, curiosamente, el paso de los años había dado ventaja para ir organizando a unas tropas en origen bisoñas, y en estos momentos mejor preparadas, y dirigidas, para resistir el ataque final de los felipistas.

            Se anunciaba una guerra de verdad. De las que suman a muchos soldados, mucha artillería, abundancia de pertrechos. Una guerra librada en campos de batalla reales, sin tapujos, cuerpo a cuerpo.

            A pesar de todo, el día a día para los habitantes de la frontera, tanto a un lado como a otro, no cambio en exceso respecto de lo que se había vivido en etapas precedentes.

            La pequeña guerra, la de las escaramuzas rápidas y devastadoras, no quedo apartada en los planes tácticos de ambos ejércitos litigantes.

            Era útil. Un modo de entrenamiento para los hombres de guerra; un modo de cansar al rival; un modo de divertir y entretener a los efectivos defensores de una determinada zona. Un modo de sacar máximo provecho exponiendo poco. En definitiva, un modo de vida para una gran mayoría, que veía en este modelo de guerrear un filón para sobrevivir, y también para medrar.

            Tierras ya muy yermas después de tantos años de lucha. Cierto. Pero que seguían ofreciendo un interés especial. En ellas siempre había algo que robar, que quemar, que destruir.

            Daba igual la zona elegida. La frontera al completo fue una llama intensa. Lo mismo al norte que al sur, o en el centro.

            Veamos.

            Abajo, lindando con la Andalucía, desde febrero las plazas fronterizas alentejanas estuvieron en alerta permanente ante la posibilidad de un ataque castellano.

            Dinis Melo de Castro, teniente general de caballería, gobernador interino de Moura, bien lo sabía, no dudando por ello en mejorar la guarnición de la villa con tres nuevas compañías de montados. Los avisos no engañaban <<...o inimigo intentaria por aquella parte alguna entrada...>>.

            Hubo de esperar poco para confirmarlo. El asistente de la milicia sevillana informaba a Madrid, en los comienzos de abril <<...yntentado haçer una correria en el Reino reuelde, yecho todas las preuençiones que enseña el arte de la gverra pª poderla lograrr con menos riesgo...>>.

            Subamos hacia arriba. En tierras de Badajoz, epicentro de la guerra, se ejecutan también los deseos de cabalgada.

            Ahora eran los propios portugueses quienes tomaban la iniciativa de pillaje. Por eso <<...ao rebate das atalaias montou en Badajoz o tenente-general D. Joao Pacheco com as companhias de cavalos da guarniçao daquella praça...>>.

            Ascendemos.

            Más ganas de correr los campos. Ahora en territorio alcantarino, dónde <<...acauo detener auisso que tres dias a fue el enemigo con 300 cavallos a recoger el ganado que pasta en aquellas campañas...>>.

            Se diluye la frontera extremeña. Persiste la guerra.

            Con idéntica tónica, el golpe más duro lo recibieron en la comarca de Ciudad Rodrigo. Por allí, después de quemar varias aldeas, Manuel Freire de Andrade <<...marchou a sete de Março a ganhar o castelo de Albergaria...>>. No iba sólo, pues se hizo acompañar <<...com quatro mil infantes pagos e quatro peças de artilharia, tres petardos e um morteiro...>>.

            Un plan militar muy preparado: si lograba ganar el puesto infligía severo daño a los mirobrigenses, ya que, en palabras del jefe de éstos, el castillo albergallo <<...nos hera de grande importancia para la quietud delos campos de Robledo y Agadones, assi como para la comunicacion delos puertos de Robledillo y Escargamaria [sic] y Sierra de Gata...>>.

            Decir que le fueron bien las cosas al portugués sabe a poco. Tras asolar la población se llevo, entre otras muchas cosas, aquellas que recoge una <<...Memoria delas muniçiones de gverra y bastimentos que entregue al almojarife del reuelde eldia que capitulo e se rindio el castillo de la albergurias..>>.

            Y más, y más, y más. Toda la tierra devastada.

            En fin, que, como decíamos al principio, con estas escaramuzas, entradas, correrías, cabalgadas, se inauguraba una década prodigiosa para la Guerra da Restauraçao.
 
            De los momentos grandes daremos cumplida cuenta en otro capítulo; mientras tanto quede aquí el recuerdo de la guerra monótona de cada día. Sí, esa que, a priori, queda lejos del campo de batalla principal, del ruido de los ejércitos gruesos; pero, no nos engañemos. Siempre cerca, demasiado, del dolor, el sufrimiento, y violencia de las armas.

sábado, 5 de marzo de 2016

San Germán y el efímero triunfo de Mourao


            <<...Mañana, siendo Dios seruido volbere a pasar el rio Guadiana y ire a sitiar laVilla y castillo de Moron: y según las notiçias que e tenido espero que dho sitio nopassara de ocho dias...>>.

            Con estas palabras comunicaba, a comienzos de junio de la campaña de 1657, don Francisco de Tutavilla y del Tufo sus intenciones militares al monarca español Felipe IV.

            Era Mourao (Moron para los cronistas hispanos) una plaza lusitana muy importante, desde cuya ubicación estratégica podía alcanzarse un vasto territorio interior, rico en ganados y cultivos, botín siempre apetecible para las incursiones castellanas. En definitiva, un objetivo militar de primer orden. De ahí los esfuerzos para conquistar la plaza aunque, por las descripciones de época, no parecía un serio obstáculo en las aspiraciones de victoria de don Francisco.

            <<...Nao tinha Mourao mais defesa que um antigo e pequeno castelo, em que havia mantimentos e muniçoes para quatro meses [...] sendo as muralhas tao fracas que nao podiam resistir quatro dias de sitio [...] Assistia no governo dela o capitao de cavalos Joao Ferreira da Cunha com a sua companhia e trés companhias de infantaria...>>.

            Aún con esa supuesta fragilidad defensiva, el de San Germán (título nobiliario que fungia Tutavilla) desconfiaba de un éxito sencillo. Para garantizarse sus propósitos, reunió a un grueso ejército de no menos de 6.000 infantes y otro buen número de caballos, amén del tren artillero y sus respectivas municiones y pertrechos.

            Sobre el margen derecho del río Caia, rayando mediodia del 9 de junio, paso Muestra a la tropa y, a continuación, dio orden de avanzar hacia Mourao. Dicen los cronistas que <<...marchou com dez mil infantes e quatro mil cavalos...>>. Otros reducen tales cifras. Sea como fuere, la guerra se acercaba a las puertas de la noble villa lusitana.

            Mal augurio de lo que iba a ocurrir, el viernes 13 de dicho mes comenzaron los trabajos de cerco, y con tan buena disposición que durante la misma jornada se logró ganar el caserío situado fuera de las murallas. Todo iba según lo previsto.

            Después tocaba rendir el castillo, en el cual, según unas fuentes, había 150 infantes, 40 caballos y 150 paisanos. Los últimos <<...pelean con mayor obstinacion que los soldados...>>. Del bando portugués aseguran ser más de 400 los defensores.

            En cualquier caso la lucha por mantener la posición fue numantina, dando muerte en el ataque a varios oficiales de rango castellanos.

            <<...Os sitiados mostravam constancia na defesa; porém, nao sendo o socorro breve, parecia dificil a persistencia...>>.

            Intentaron levantar el sitio con una tropa acampada en las proximidades, que tuvo como líder al conde de San Lourenço. Pero los de Tutavilla siempre estuvieron atentos a cualquier movimiento del rival

            <<...en todos los esguaços teniamos infanteria y caualleria yque con el exto estauamos a la oposiçion para que no passase no seha determinado aponello en execuçion...>>.

            Faltos de ayuda exterior, los de Mourao soportaron diversas embestidas de los atacantes; sin embargo, el cansancio se fue apoderando de ellos, y las esperanzas de salvación acabaron por diluirse

            <<...os paisanos que tinhan ficado no castelo, vendo crescer o perigo, instaram ao governador pela entrega dele [...] na desesperaçao de ser socorrido, se resolveu a entregar o castelo, no fim de seis dias de sitio...>>.

            San Germán tuvo su ansiado premio, y el jueves, 19 de junio, transcurrida una semana desde el inicio de las operaciones de cerco, escribía con enorme alegría al rey español :
 
           <<...Y agora pvedo deçir que hauiendose capitulado conel Gouernador dela plaça, esta mañana an entrado las Reales Armas de VMgd enel castillo, ocupando la pverta y mañana saldra el pressidio de portvgeses qe se halla en dha plaça...>>.

            Las honradas capitulaçoes, tal como las definió un historiador coetáneo a los hechos, empezaban con esta lapidaria frase <<...El exmo sr Duque de Sª German conçede al sor Juº Ferreira deAcuña, gouernador de la Villa de Moron y su castillo....>>. Bla, bla, bla.

            Pero poco le duraron las mieles del triunfo al napolitano Tutavilla. Corriendo los postreros días de octubre, un potente ejército portugués dio comienzo a la reconquista de Mourao.
 
            Una narración bélica llena de anécdotas, que dejaremos para otra ocasión venidera. Mourao, desdeluego, bien merece un regreso a su afamada historia.

IMAGEN: planta del castillo y murallas de Mourao durante el siglo XVII, y panorámica actual de la villa.

 

martes, 2 de febrero de 2016

La nobleza de las piedras

            Prácticamente han pasado desapercibidos ante la monótona mirada de los vecinos; e incluso la de esos curiosos visitantes que escudriñan con atención cualquier detalle de los que, por norma, suelen escaparse al resto de profanos.
            Los escudos que aún se conservan en las fachadas de un numeroso grupo de edificios, son un tesoro patrimonial muy interesante, descubriendo la variedad y riqueza del pasado histórico zarceño.
            Aquí, en este breve artículo, se recogen, únicamente, algunos de esos blasones. Quedan por incluir los que, en su día, representaron a familias de rancio abolengo, como Alemán, Hurtado, Andrade, Agudelo... Hoy, por infortunio, desaparecidos, pero todavía recordados.
            Desde luego, en la nómina de piedra también dejamos hueco para la insignia Municipal, por cierto, de reciente aprobación, sustituyendo a otra pieza que, curiosamente, tampoco hizo honor al fundacional de la villa, del que ya ni memoria queda.
            En cualquier caso, entre todos sumaron un conjunto heráldico que llegó alcanzar la veintena de ejemplares.
            Lamentablemente, como se puede apreciar en la imagen que acompaña al final del texto, la mayoría están muy borrados en la actualidad. No se destacan sus rasgos y elementos originales. En unos el discurrir del tiempo fue causa de tal deterioro; pero, en otros, la mano del hombre provocó pérdidas irreparables en sus nobles formas.
            Ojala, con esta semblanza heráldica, podamos contribuir, sino a recuperarlos, sí, al menos, para que no continúen ocultos en el olvido, esperando que, algún día, vuelvan a dar lustre a los edificios dónde antaño lucieron.
            Conozcámoslos en más detalle.
1.            Fachada de la ermita de San Juan Apóstol: águila, rodeada del cordón de San Francisco. El ave era emblema central en el escudo de la familia Sande, uno de cuyos miembros mandó construir el eremitorio citado, dejando el sello de su patronazgo en el blasón. Por cierto, quien así lo ordenó se llamaba, como no podía ser de otro modo, Juan.
2.            Casa-solar de la familia SANDE. Edificio anexo a la capilla mencionada. El águila vuelve a aparecer como figura esencial. Fueron los Sande zarceños el linaje más emblemático. Este blasón, representativo de su papel oligárquico, fue tallado, al igual que el del eremitorio adjunto, a finales del siglo XVII.
3.            Fachada de la Real Fábrica de Sedas, sede para la Real Compañía de Comercio y Fábricas de Extremadura, creada el año 1749 a iniciativa de un grupo de comerciantes zarceños, y con patrocinio de la corona española. Por este motivo el escudo Real campea sobre la puerta primera de semejante construcción. En la fachada posterior del edificio, luce otro armorial similar.
4.            Casa-solar de los BORRELLAS, engrandecida con el escudo de uno de sus miembros más destacados, Bartolomé Hernández Borrellas, quien recibiera título de Inquisidor. Regente que fue de un importantísimo legado patrimonial, heredado de sus mayores; pero, también, como era costumbre, por vía de su matrimonio con María de Sande Sánchez “la Prieta”, de noble estirpe local. Unión de sangre azul en tiempos de guerras.
5.            Casa-solar de la familia MONTERO, apellido común en Zarza la Mayor, una de cuyas ramas con mayor solera engendro a nobles varones, poseedores de tierras, ganados, casas y otros bienes en término zarceño, e incluso más allá de los límites comarcales. Valentía militar aportada por el célebre capitán Polán. Carabina y espada.
6.            Casa-solar de Diego Morán González, más conocido entre sus vecinos como Diego Morán Jérez Zango “el Menor”, para diferenciarlo de su progenitor. El hijo heredó el mayorazgo de su ascendencia paterna, añadiéndole el título de alcalde y, por si fuera poco, también el de Familiar de la Santa Inquisición. Los MORAN, desde siempre presentes.
7.            Escudo Municipal, ya abolido, pero conservando el elemento preferencial que simboliza la génesis del pueblo: una zarza ardiendo, acompañada por sendas cruces de la Orden de Alcántara. Aquí, en la piedra, todo es historia grande.
8.            Casa-solar de Diego Morán Jérez “el Mayor, cabeza de comerciantes zarceños, e impulsor, junto con otros, de ilusionante proyecto fabril para la manufacturación de la seda. El sonido del dinero le aupó a la élite. Y dejo su firma en el granito cincelado.
9.            Casa-solar de los CACERES, ostentando el blasón que ordenara labrar Andrés Hernández de Cáceres y Obregón. Curiosamente, este escudo ya no es visible, pues los actuales dueños del edificio lo retiraron de su ubicación original. Un tesoro más que se pierde.
10.        Palacio de la Encomienda, con sus tres emblemas principales. En medio, el único que conserva su factura originaria: el escudo Real. Y una ilustrativa leyenda <<…Hiçose esta obra siendo maestro della Manuel Galavis…>>, alusión al laborioso albañil que, recién inaugurado el siglo XVII, reformó el viejo solar que en otras épocas  fuera propiedad de la Orden de Alcántara. Los blasones que respaldan dejaron ver símbolos del Pereiro y un recogido Ave María.
11.    Tiara religiosa, en la casa que antaño perteneciera a un ilustre miembro de la oligarquía eclesiástica local, cofrade que fue de la Santa Hermandad de San Pedro. Nos referimos al presbitero Calvo. Eminencia literaria y religiosa del Siglo de Oro zarceño.
 
 

viernes, 8 de enero de 2016

Olivenza, 1641. La perla de la frontera


         <<...Luego que se levantó Portugal, [...] y habiendo sabido el Conde que Oliuenza es vna villa dezerca de dos mil veçinos, y que aunque laestan fortificando no esta çerrada asta agora ni tan adelante lo que obran en ella, y demas desto los ánimos de los vecinos cuan poco firmes estaban en la rebelión, resolvió el de intentar sorprenderla...>>.

            Así inician las crónicas el relato de la verdadeira e milagrosa victoria que alcançarao os Portuguefes que afsistem na Fronteira de Olivença, que tuvo lugar durante el mes de septiembre de 1641, primer año de la llamada Guerra da Restauraçao de Portugal.

            Gobernaba entonces el Real Ejército de Extremadura, creado para luchar contra los rebeldes portugueses, don Manuel de Acevedo y Zúñiga, conde de Monterrey, quien tenía asentada su residencia en la ciudad de Badajoz, convertida en cuartel general. Frente a ella, al otro lado de la frontera, se encontraba Elvas, la gran plaza de armas del ejército lusitano. Sólo unos pocos kilómetros de distancia, y el curso del río Guadiana, separaba a las dos urbes enemigas.

            Al sur de ambas estaba Olivenza, considerada la tercera en importancia. Un lugar altamente geoestratégico, pues, situada en la margen izquierda de citado río, era paso obligado para comunicarse con Elvas, a través del llamado Puente de Ajuda.

            Es por tal motivo que Olivenza fue, desde el comienzo del conflicto, uno de los objetivos prioritarios a conquistar por parte del ejército castellano, que pretendía así obtener una vía de acceso directa y sin peligro al interior del país rebelde. Una autopista hasta la capital, Lisboa.

            Monterrey, exponiendo ante la Junta de Guerra su plan de ataque, daba cuenta de las ventajas que ofrecía ocupar la plaza oliventina y el vado ribereño que ésta defendía:

       <<... ocupar al mesmo tiempo que la Uilla la fortificación que tienen en la puente que llaman de Olivenza, que esta en la mitad del camino de aquella villa a Elvas, por impedir el socorro que de aquella plaza le puede venir...>>.

            Con el beneplácito de los ministros y del rey Felipe IV, el conde se dispuso a ejecutar aquella aventura militar, tan seguro como estaba de alcanzar el éxito. Era por entonces verano, fechas poco convenientes para hacer marchar a un potente ejército bajo un sol de justicia.

            Aún así lo intento el capitán general; pero por dos veces fue rechazado; incluso se dio la circunstancia que en una de ellas contó con ayuda de un oscuro personaje portugués, el cual se había mostrado partidario de entregar la plaza bajo unas condiciones previas. La cuestión es que el traidor resultó descubierto y, ante el miedo a sufrir represalias por su afrenta, abandonó la ciudad, dejando el ardid de Monterrey sin efecto.

            No se amilanó por ello don Manuel, y nuevamente planificó otra suerte contra Olivenza. Esta vez había que ganarla con el ímpetu de las armas. En cualquier caso, aún dejaba abierta la posibilidad de conseguir el triunfo de forma menos violenta:

            <<...Si suçediese el entrar en la uilla por ynterpressa, sea de poner particular cuydado enque los soldados no la saqueen ni hagan excessos nimalos tratamientos a lagente, y particular mente enlas yglesias y lvgares sagrados...>>.

            Pasados los rigores veraniegos, en las primeras semanas de septiembre, comenzó el definitivo avance castellano, liderado por el maestro de campo don José del Pulgar, uno de los oficiales de rango a las órdenes de Monterrey. Así lo describen las fuentes portuguesas del momento:

            <<...na tarde antecedente tinha saido o enimigo daquella praça de Badajos com muita infanteria, caualleria, & muniçoes, & todo genero de petrechos de fortificaçao [...] Derao pois a execuçam fus intentos com hua encamizada a 17 de Setebro hua Terça feira duas horas antes q a manheceffe, dia felice para efte Reino por fer das Chagas do Seraphico S. Francifco [...] chegarao a villa a tempo que a Lua fe pos, efcondedo fua claridade [...] chegarao algums homens de pè, & cauallo à porta que chamao do Caluario, dizendo aos da guarda que abriffem [...] mas ficarao defenganados, vendo fobir finco, o feis pela eftacada...>>.

            De nuevo la estratagema falló estrepitosamente, y no quedó más remedio que echar mano de arcabuces, mosquetes, picas, artillería,  y el célebre coraje de los soldados castellanos. Pero, ¡¡ay!!

            <<...Sucedióle mal a d. José del Pulgar, porque las guías perdieron la mayor parte de la infantería, y sólo la que iba con el petardo llegó con el dicho maestro de campo hasta el rastrillo de la puerta, con que no pudo hacer más ni menos la gente que, perdidos, tardaron tanto en llegar que dieron tiempo a Olivenza para ponerse en defensa [...] Esta mala fortuna le obligó a retirarse a Valverde, dejándose algunos muertos, y trayendo más de cincuenta heridos...>>.

            Mala fortuna, sí. En palabras del mismísimo jefe de la tropa atacante, se advierte el desaliento ante un sonoro fracaso:

            <<...Señor, acabo de llegar en este instante de aber prouado la mano alo que fui, que tan desgraciadamente no asido possible cumplirle a V.E el gvsto de berse dueño deste lugar q tan deseosso ybayo de q tuuiese ese efeto...>>.

            En cambio, para los oliventinos, aquella fue una  larga madrugada con un alegre despertar. Otra vez habían librado a su querida ciudad de fenecer bajo las garras del enemigo. El paisaje, tras la batalla, resultaba estremecedor:

            <<...Efclareceo a menhaa, parece que anticipandoffe para galardoar aos valentes Portuguefes o que obrarao com o famofo expectaculode Cadaueres Caftelhanos, & luzidos Cauallos mortos & deftroçados, q ao redor da porta, Trincheira, & campos circumuezinhos jaziam [...] Acharaofe muitos defpojos, Mofquetes Bizcainhos, & alguas efpadas, Piftolas, & crauinas, fellas, & adereços de cauallo...>>.

            Después de aquello ya no hubo más intentos de conquista; pero sí continuaron las escaramuzas por los campos próximos a la ciudad. Guerra viva, al fin y al cabo.

            Y así se vivió durante los años que siguieron, hasta que alcanzado 1657, y bajo mando del duque de San Germán, como cabeza visible del ejército extremeño, la valerosa Olivenza no pudo soportar un asedio más, y cayó, no sin antes haber ofrecido brava resistencia, en poder de las armas castellanas.
 
            Pero, esa, estimado lector, es otra historia.

En la imagen: plano del recinto amurallado de Olivenza, según diseño del ingeniero Nicolau de Langres. Mediado siglo XVII.