domingo, 1 de mayo de 2016

1644. In memoriam


           Aquel 18 de mayo del 1644, fue miércoles. Tiempos de guerra fatal para la memoria. La <<Restauraçao>> lusitana caminaba ya por su cuarto año, y en muchos lugares y pueblos de la raya divisoria se vislumbraban síntomas de cansancio entre sus habitantes, ante el rigor de una vida en continuo estado de alarma.

            Por términos de la fronteriza Zarza la Mayor, aquellas cuatro anualiadades habían sembrado odio y miedo. Y ahora comenzaban a ofrecer el amargo fruto de la venganza.
 
            El sol salió, como era costumbre, apretando sobre los campos zarceños, que sólo un día antes se habían teñido de rojo, bañados con la sangre de buen número de vecinos, caídos mortalmente tras sostener brutal combate mientras trataban de defenderse de un sorpresivo ataque portugués.

            Tan singular pelea se había iniciado al alba, y únicamente vino a termino con las postreras luces del atardecer.

            Los de la Zarza, gente valiente y esforzada, no se doblegaron al ímpetu acosador de los enemigos. Uniendo voluntades, lograron expulsar de la plaza al rival. Fue una jornada épica, cuyo relato, con el paso del tiempo, se tornaría en leyenda.

            Celebrando la dulce victoria, aplaudiendo a los héroes locales: Garrido, De Sande, Aguilar, López Dorado, y tantos otros, vivían los zarceños aquel mediodía, según glosaba el cantar <<... Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor... >>.

            La Plaza Mayor era un hervidero de alegrías, dónde cánticos, salves, y vivas se mezclaban con orgullo patrio local. Se contaban mil historias. Todos tenían algo que decir sobre lo ocurrido apenas veinticuatro horas antes.

            Como es sabido que el contento dura poco en casa del pobre, tan animado en su suerte andaba el paisanaje que, dados al bullicioso placer, perdieron la lógica en un instante.

            Bastó un sonido lejano, cuyo eco resonó atronador en el pueblo. Y de inmediato el caos. No hubo preguntas, solamente confusión, desorden y mucho, mucho temor.

            Las prisas se hicieron dueñas del escenario. Cada cual tomo el camino de su propia salvación.

            Aún así, en pleno desconcierto, todos confluían en un mismo lugar: la torre de la iglesia, el fortín irreductible. Allí seguro que estarían a salvo.

            Pero, hete aquí, que, cuándo más de media Zarza se recogía al interior del magnífico bastión, un leve chispazo, salido de quién sabe dónde, fue a detenerse junto a un rincón en el que se apilaban buena parte de los pertrechos militares. Nada menos que veinticinco arrobas de gruesa pólvora.

            Sin tiempo para reaccionar, aquello explotó como un gigantesco castillo de fuegos artificiales.

            ¡¡ Qué imagen tan cruel y sanguinolenta !! La clara luz del sol se tornó en oscuras tinieblas.

            Abatida desde su sólida base, la colosal torre se desplomó con suma facilidad en un abrir y cerrar de ojos, llevándose consigo a todos los zarceños que guarnecía en su panza. Niños, mujeres, ancianos los más. Las lenguas dijeron después, al contabilizar los muertos, que sobrepasaban las 350 personas.

            La misma plaza, dónde antes manaban risas y bailes, ahora se inundaba de lágrimas, cuitos y ayes. Un verdadero desastre.
 
            Sí. Aquel nefasto 18 de mayo fue miércoles. Y su huella aún perdura, imborrable, en la memoria histórica zarceña.

IMAGEN: restos de la desaparecida torre de la iglesia parroquial zarceña, que también servía de atalaya-vigía y almacén militar.