domingo, 6 de diciembre de 2015

Amigos de lo ajeno


Le apodaban <<Ruin>>, aunque fue más conocido por su patronímico <<Semental>> que, curiosamente, a priori, no era indicio de tipo peligroso.

Tampoco lo parecía, tras un simple examen visual. Describíase como de corta estatura, delgado de cuerpo, color claro, y, eso sí, con bastante patilla.

De no ser por el sombrero redondo y chaqueta de pieles de borrego, que vestía con orgullo, abrazando el tipismo de los hombres de monte y vida arriesgada, difícil hubiera sido tildarlo de persona no grata. En todo caso, si quedaban dudas, éstas se despejaban de un plumazo, al observar la carabina y pistola que portaba el rufián. Y para terminar, montado sobre un caballo negro de bastante alzada. Ahí era nada aquella aparición, en medio de los abandonados caminos.

No había senda o vereda que escapase a su conocimiento. Se movía a libre antojo por tierras apretadas entre el río Alagón y la fronteriza rivera de Erjas; y cuando el riesgo ceñía más de lo deseado, sus escondites se situaban en las fragosidades de la cercana Sierra de Gata, bajo vigilancia del mágico Jálama. Pero, sin duda, el lugar preferido para descansar y apartarse del acecho, estaba en los tranquilos, y nada sospechosos, pueblos portugueses, todos vecinos a la Raya fronteriza. Su espacio natural por excelencia.

Comenzó sólo, pero las famosas andanzas que acaudilló, pronto le hicieron sumar compañeros de viaje.

Florentín tuvo el honor de ser el primero en unirse. Luego llegaron <<Patato>> y Andrés <<El Rito>>. ¡¡Vaya cuadrilla!!. Juntos no tenían rival.

Temblaban los viajeros cuando, dispuestos a recorrer los pedregosos caminos hacia sus destinos, recibían el aviso previo de lugareños y autoridades, ante la posibilidad de toparse con semejante clan.

En convulsos tiempos de política y facciones ideológicas, camparon a sus anchas, aprovechando la anarquía reinante.

Acusados de delito de sangre, sí; pero forjadores de nuevos modelos para delinquir: el secuestro y extorsión fueron su mejor arma. Un buen puñado de terratenientes bien lo comprobaron.

Es cierto que todo tiene su inicio. Y también su final.

A nuestros protagonistas les llego su fatídica hora de rendir cuentas. Bajo balas en unos casos, y en el cadalso, en otros, expiaron sus culpas.

Desde luego que, a pesar de la gran fama cosechada, no fueron pioneros en el arte del latrocinio, y menos aún en una tierra tan acostumbrada a los usos fuera de la ley. Y aquí no cabe dejar en el olvido a las comunes prácticas del contrabando. Una verdadera escuela.

Desde siempre dio la frontera nombres para la leyenda y la historia a partes iguales.

Cerrando, bien llamado <<El Pillante>>, trajinero que cabalgo sin tener sombra durante varios años del seiscientos, hasta que un día las asesinas estocadas de un rival acabaron con sus épicas aventuras.

Alumnos y herederos de tan proverbial academia y maestro no faltaron: Pedro, de oficio original tejedor, cambio aguja e hilo por la albaceteña de gran porte y filo. Los correos que venían e iban a Madrid, fueron su presa más codiciada. Entre línea y línea, se colaban maravedies y ducados.

Veguitas, Planchada, Cienfuegos, El Rondeño, Pocapena, el clan de los Artajona..., un extenso memorial de ladrones, contrabandistas, cuatreros, hombres al margen de la sociedad, que fueron, sucesivamente, uno tras otro, llenando el vacío en la medida que sus antecesores dejaban hueco disponible, al caer bajo el peso inquebrantable de la ley y sus custodios.

Podríamos hablar de muchos. Basten, a efectos de muestra, unos cuantos. Hasta no hace mucho resonaron nombres legendarios: Montejo, o El Bolsillo.

Y la larga nómina alcanza su postrero representante. El fiel amigo de lo ajeno, aquel a quien llamaron Chico Cabrera.

Fue éste el último bandido decimonónico; solitario caballista que recorrió los desfiladeros del Alagón, cruzo los vados del Erjas, cobijó en cuevas de los olivares, pisó los ocultos caminos y veredas del monte. Y, finalmente, perdió, como ya ocurriera antaño, una y otra vez, la batalla frente a los incansables perseguidores.

Trágico final que, merece destacarlo, sirvió para encumbrarle hacia la gloria eterna.
 
A pesar de sus desgracias, él, y quienes le antecedieron, siguen presentes en el recuerdo de las gentes que, boca en boca, generación tras generación, contaron, y hoy siguen narrando, peripecias y aventuras, cual héroes de pueblo se tratasen.

Ahora, en las noches frías del invierno, con mayor fuerza y vigor laten sus memorias.

Sean estas sencillas frases aliento para que vuelvan a cabalgar de nuevo y recuperar el trono perdido, reinando en un mundo difuso entre la leyenda y la realidad.
 
Se lo ganaron con esfuerzo.

lunes, 9 de noviembre de 2015

En las fronteras de Galicia


             Ni Badajoz, ni Extremadura, fueron los únicos escenarios con protagonismo durante la Guerra de Restauración de Portugal (1640-1668)

            Toda la línea fronteriza estuvo sujeta a los vaivenes del conflicto armado secesionista lusitano, si bien la demarcación extremeña, y en especial el distrito pacense, coparon el grueso de los acontecimientos.

            En este sentido, a través de los siguientes párrafos, se rescatan para la memoria algunos aspectos relacionados con uno de aquellos frentes de guerra secundarios: el situado en tierras de Galicia, y más en concreto la provincia de Orense.

            A don Fernando Antonio de Ayala y Ulloa, I marqués de Tarazona, (título nobiliario obtenido merced a su matrimonio con Isabel de Zúñiga y Clärhout), se le encargo la defensa de semejante banda fronteriza.

            Desde su toma de posesión, a comienzos del año 1641, estableció cuartel general en la villa de Monterrei, teniendo a su opósito la ciudad de Chaves, como plaza principal del ejército enemigo portugués.

            Poco tiempo estuvo al mando de aquel distrito pues, mediado el año citado, con el objetivo de economizar y rentabilizar esfuerzos, se reagruparon las diferentes secciones fronterizas creadas al inicio de la contienda : unas fueron agregadas a otras, obligando a que los jefes de las eliminadas abandonaran sus respectivos puestos de mando, caso de  don Fernando Antonio, cuyo territorio se anexiono al denominado Ejército de Galicia, que quedo como único garante de la defensa de aquella banda fronteriza.

            Sin embargo, el corto espacio de tiempo en que le cupieron responsabilidades militares, el marqués de Tarazona lo aprovecho eficazmente para organizar el aparato defensivo de las villas y pueblos que formaban parte de su jurisdicción; e, incluso, hubo oportunidad para medirse en armas, varias veces, con los lusitanos del otro lado de la raya.

            No fue sencilla la tarea pues, desde un principio, contó con escasos medios, tanto de hombres como de pertrechos y otras necesidades. Todo llegaba a cuentagotas, de mala calidad y, normalmente, demasiado tarde.

 
Relación de las armas y municiones, artillería y lo demas que se ha de proveer para que el marqués de Tarazona pueda hacer entrada en Portugal por el estado de Monterrei, a dónde se halla. Que ha de ser con 6.000 hombres, que podrá levantar en los partidos de su distrito, y 200 caballos que en ellos podrá juntar, gastadores y oficiales de este trozo de ejército.

 
            Así reza un extenso documento, que refleja los ímprobos esfuerzos del marqués en llevar a buen puerto la misión encomendada. Por más que rogó, sus peticiones, enviadas al Consejo de Guerra, nunca fueron lo suficientemente escuchadas. Lo cierto es que había muchas cosas que atender y, como decíamos al comienzo de este artículo, la frontera de Monterrei no paso de ser un secundario de lujo. La atención mayoritaria estaba puesta sobre el frente extremeño.

            Pero, dejando a un lado estos detalles organizativos, la guerra en tierras gallegas tronó con la misma intensidad. Lugares comarcanos: Oimbra y Medeiros, Verin, Pazos, Castromil, Hermisende, Las Hedradas, Vilavella, A Mezquita, Esculqueira, Tameiron..., un largo etcétera de nombres, cuyas vecindades sufrieron los rigores de la violencia militar.

            Tiempo habrá para dedicarse, con mayor minuciosidad, a la narración de estos sucesos que ocurrieron bajo mandato del marqués de Tarazona.
 
            Quedémonos, ahora, con los breves apuntes arriba referidos, en recuerdo de una frontera a la que la memoria histórica no ha reservado el lugar que, por derecho, le pertenece.

EN LA IMAGEN: castillo de la fortificada villa de Monterrei; documentos militares relativos a la defensa del distrito comandado por el marqués de Tarazona.
 
 

domingo, 11 de octubre de 2015

1755, el motín de los ceclavineros


          <<...Mui sr mio. Son muchos los pueblos en que en esta Provincia es livertino el contrauando, pero excede a todos la villa de Ceclavin por el publico escandalo, asi en introducir generos de Portugal, como en pasarlos fraudalentamte a aquel Reyno, despreciando todos los respectos...>>

            Así comenzaba, en enero de 1755, su informe  don Ramón de Larumbe y Muñoz, Intendente de Extremadura, dando paso a los detalles del suceso que, sin duda, se iba a convertir en una de las páginas más importantes de la dilatada historiografía ceclavinera.

            Resumía este personaje:

            <<...el dia 15 del corriente haviendo pasado el Administrador interino de Alcantara [José Joaquín García] con una ronda y Partida de escopeteros de getares, despues de haber hecho los oficios correspondientes con la Justizia, fueron a registrar una de las casas que les hauia indicado el Admor de aquella villa, con vastante fundamento de haver generos de contravando, y no solo hallaron una fuerte resistencia de zinco hombres que estaban en ella, sino que se amotino todo el Pueblo, juntandose mas de seiszientos hombres con escopetas, tomando por partido los Ministros retirarse al meson, en donde se enzerraron para livertarse de aquella furia desenfrenada; pero aun alli estuuieron en mucho peligro, pues les tiraron a las puertas, y ventanas muchos valazos, yla providenzia del cura Parrocho en sacar procisionalmte el Smo sacramento les contubo un poco, y devajo del palio se sacaron del meson los ministros de la renta y escopeteros, para que pudiesen volver a Alcantara, con rezelos vastante evidentes de perecer, no obstante la altisima proteccion à que se havian acogido...>>

            Por la insólita gravedad de los acontecimientos, la respuesta debía ser contundente. De tal modo:

            <<... Hecho como el ocurrido en Ceclavin pedia pronto, y fuerte remedio [...] solizitar un destacamento fuerte, que pasase a Ceclavin á sugetar aquel indomito Pueblo [...] que se prendiesen los autores del tumulto, se hiziesen las diligencias de embargos y demas qe corresponde...>>

            Ceclavin y sus habitantes, a pesar del grueso de tropas que se posicionaron en la villa, se mantuvo en sus tratos y costumbres ancestrales, obviando la estrecha vigilancia militar.

            <<...me avisa hauerle asegurado que en los dos dias siguientes al de el motin, salieron de Ceclavin 250 cargas de azucar, y cacao yntroduzidas de Portugal [...] Juaquin Fernandez llamado bulgarmente el Gitano con otros tres compañeros, cuyos nombres se ygnoran, Robaron a un vezino de Alcantara entre Salorino y Alburquerque, quitandole una escopeta, el dinero que llevaua y unas cartas [...] Juaquin es uno de los primeros tumultuadores, el que hizo fuego a la ronda, y procesado antes de aora por ladron famoso...>>

            Las investigaciones realizadas para esclarecer los echos conducían hasta los aposentos del convento de Santa Clara, situado en el centro del pueblo. Allí, las autoridades, tras vencer la negativa de la abadesa y monjas a que se realizará una pesquisa, encontraron numerosos objetos ocultos. Baúles y cofres repletos de ropas y otros géneros. Todo tenía su origen en el contrabando.

            En las siguientes semanas se tomo declaración a muchas personas; incluso se pidió colaboración a pueblos portugueses, dónde se sabía habían encontrado refugio los causantes del motín popular, identificados ahora como contrabandistas de alto nivel.

            Según avanzaba el cotejo de datos, la trama se volvía más compleja. Tal grado de notoriedad alcanzó, que el propio coordinador de las investigaciones, don Bernabé de Armendáriz, perdió la vida en el intento de encontrar y castigar a los culpables. Siempre quedó la sospecha de que su muerte no fuera natural, sino motivada por algún tipo de envenenamiento.

            Algunos meses más tarde de que se produjera el fallecimiento, se dicto sentencia definitiva sobre todos aquellos que habían sido encausados en el Motín; sentencia que, por diversas circunstancias, quedo sin ejecutarse.

            Después de aquello, sin mayor problema, tal como había ocurrido paralelamente al desarrollo de los trámites del proceso, los ceclavineros continuaron dedicándose a sus tareas de contrabando, actividad que, desde siempre, había sido el motor fundamental de sus economías caseras. El Motín fue sólo una anécdota, y pronto quedo disperso en la memoria, relegado únicamente a los folios de un voluminoso legajo, dónde los escribanos de turno fueron dejando constancia de aquellos extraordinarios sucesos que habían convertido a Ceclavin en el centro de atención a mediados del XVIII.

            Hoy, transcurridos más de doscientos cincuenta años, esas páginas reverdecen, saliendo del anonimato en el que estaban recluidas. Los ceclavineros recuperan un pedazo muy importante de su pasado. Siguiendo el guión de tales documentos, recrean anualmente, en coincidencia con sus fiestas de verano, los sucesos de aquel mes de enero de 1755 y todo a lo que dio lugar.

            La historia nunca se olvida.

 
            En la imagen: diversos documentos pertenecientes al legajo histórico original; cartel anunciador de la representación teatral del Motín (año 2015); fotografías correspondientes a la primera edición (año 2014)
 
              Enlace a un extenso resumen de la recreación histórico-teatral. Edición 2015
 


domingo, 6 de septiembre de 2015

Montes Claros, la batalla definitiva


<<...viendo vn grandefeo en el exto deno aguardarleen aqvellos puestos sino salirle a encontrar, resoluimos el haçerlo siempre que tuuiessemos nota q marchaba, coneste fin nos pufimos en batalla enmedio de los caminos q era forzosamente necessario hiziessen...>>


            Así contaba, don Luis Francisco de Benavides Carrillo de Toledo, III marqués de Caracena y general del Real Ejército de Extremadura, el inicio del acontecimiento que ha pasado a la historia con el nombre de Batalla de Montes Claros, librada el 17 de junio de 1665 en las proximidades de Vila Viçosa, sobre una vasta llanura limitada por las alturas del monte de Vigária y la Serra de Ossa, en plena provincia del Alentejo portugués.

            Fue un encuentro decisivo, pues la derrota cosechada por las tropas españolas en aquella malograda jornada, significó el comienzo del fin de la Guerra de Restauraçao, la cual venía desarrollándose desde finales de 1640. Desenlace que se hizo realidad con el reconocimiento de independencia de Portugal por parte de la monarquía hispánica, firmado definitivamente en febrero de 1668.

            El combate de Montes Claros tuvo sus preliminares con la entrada en Portugal del ejército liderado por Caracena, quien, entre los días 9 al 17 de junio, tomó <<...la resolucion de sitiar a Villaviçiossa...>>, plaza considerada clave para poder llegar al corazón del país lusitano, Lisboa.

            Los españoles lograron ganar buena parte del lugar. Después <<...tratamos de ocupar la villa vieja, q lo conseguimos, como asimismo el alojarnos en la contraescarpa, y almismo tiempo tratamos de fortificarnos...>>. Sin embargo, la aspereza del terreno dificulto la labor.

            Por entonces los portugueses ya habían conseguido reunir un numeroso ejército, comandado por António Luís de Meneses y el conde de Schomberg. Ambos marcharon en auxilio de la sitiada Vila Viçosa.

            Caracena había dispuesto centinelas para prevenir la llegada de socorros. Así fue como <<...tuuimos notiçia de q el reuelde marchaua...>>

            De inmediato el marqués dio orden para contrarrestar la ofensiva enemiga. El plan era situarse en un punto estratégico, cortando el avance luso: <<...hizimoslo tambien nosotros con disignio de ocupar el mismo pvesto; llegamos cerca de el, quando ya el enemigo empezaua a formarse...>>

            Perdida la ventaja inicial, según testimonio del propio Caracena, por que la caballería situada en el ala izquierda no consiguió llegar a tiempo para ocupar un lugar adecuado, antes de que comenzaran las primeras escaramuzas, las tropas castellanas quedaron <<...a vista del enemigo, y pareçio precisso acometerle [...] En fin sor, se peleo [...] Duró el combate mas de seis horas, pero al cauo fue menester çeder a la fuerza, con que fuymos rotos...>>.

            Repliegue masivo y desordenado. Los portugueses tuvieron ocasión de dar caza fácilmente a la desbandada castellana. A pesar de la caótica situación, hubo un intento de cambiar el rumbo de los acontecimientos <<...Quatro tercios espanhóis tentaram ainda retirar en boa ordem sobre a Serra da Vigaria mas, rodeados pelas nossas tropas, depuseram as armas. Do alto daquela serra, Caracena, vendo a bataha perdidam retirou também com todo o seu estado maior...>>.

            Amparados en la oscuridad de la noche, los derrotados comenzaron a llegar a Juromenha, y desde allí, con mayor seguridad y reconfortados, encaminarse hacia los cuarteles de Olivenza y Badajoz.

            Fue una derrota sin paliativos, unánimemente aceptada. Un historiador de nuestros días cuantifica el resultado <<...O número dos mortos e feridos ultrapassou mais de 4.000. Foran feitos aos espanhóis cerca de 6.000 prisioneiros. Mais de 3.500 cavalos e toda a artilharia de sítio, bandeiras, armas, bagagem, víveres e muitos outros objectos foram abandonados. O exercito portugués teve cerca de 2.000 baixas...>>
        
             Cifras que, por intencionado capricho, estan sujetas a alteraciones, tanto a la baja como al alza. Y es que la guerra no sólo se libraba en el campo de batalla. Hubo otra lucha, la de papel. Incruenta, sí, pero no falta de violencia verbal.

            Las palabras cobraron un protagonismo especial. Los medios de comunicación, la propagandística, los informes, diplomacia y política al fin y al cabo.

             Dependiendo de quien fuera el emisor, los números sufrían serios cambios. Cada bando trataba de reafirmar su posición. El vencedor incrementando el daño causado; el perdedor, aún reconociendo la derrota, buscaba excusas que no perjudicasen su imagen y honor.

             El juego de intereses aparecía de inmediato, apenas días más tarde del acontecimiento. Montes Claros no fue ajeno a esta cuestión. Veámoslo con detalle.
           
             Transcurridas algunas jornadas después del desastre, y con tiempo para hacer una valoración sosegada de lo ocurrido, mostrábase don Luis de Benavides ciertamente aliviado. Las Listas confirmaban que no había sido tan doloroso el lance. Según un documento, que lleva por título Relación de los oficiales mayores y de compañías, vivos y reformados, de los tercios y regimientos del ejército que faltan, por haber quedado muertos o prisioneros en la batalla que se dio al enemigo en los campos de Villa Viciosa, los caballos no sobrepasaban los 1.200 perdidos en batalla. De la infantería, grueso del ejército, también podía esperarse una redución importante del balance negativo difundido por los portugueses, aunque no obstante <<...son tantos los heridos y enfermos, que aun hay muchos por los suelos...>>

            Con todo, el mayor golpe lo sufrió la moral y el ánimo de los soldados, incluyendo a los más altos cargos militares, responsables de dirigir a la tropa <<...q ya no nos vemos enterminos de tratar dela recuperacion de Portugal, sino de conservar los Reynos de Castilla...>>. Parecía que la guerra ya buscaba, ansiosa, su final.

            Se cumplen ahora 350 años desde aquella jornada. Victoriosa para unos, dramática para otros.

            Montes Claros y sus consecuencias, profusamente estudiada y analizada desde el mismo momento en que se produjo la batalla, claro síntoma de la importancia que tuvo para el devenir de la guerra.

            Relación Verdadera, y Pontual, de la Gloriosissima Victoria que en la famosa batalla de Montes Claros alcançò el Exercito delRey de Portugal, es la crónica coetánea más citada, dado el minucioso grado de detalle con que narra lo sucedido.

            Estamos de suerte. A la extensa lista de referencias bibliográficas, recientemente ha venido a sumarse un nuevo trabajo. A Batalha de Montes Claros. Perspectiva de um Engenheiro Militar, redactada por José Paulo Berger. Interesante monografía que disecciona tan memorable acontecimiento, teniendo en cuenta factores poco, o casi nada, utilizados en publicaciones anteriores, lo que otorga al libro una novedosa visión de aquel choque de armas, abriendo las puertas de futuras investigaciones.
 
            En fin, Montes Claros, la batalla definitiva, sigue despertando hoy tanto interés como lo hiciera antaño. Aquí, en nuestro sencillo blog, un aporte más al conjunto. Valga en recuerdo de aquellos que vivieron la campaña.

En la imagen, diferentes documentos (textuales / gráficos) contemporáneos y actuales, sobre la batalla de Montes Claros.




domingo, 2 de agosto de 2015

Jinetes de leyenda

Eran temerarios. Pocas cosas había que les hicieran desistir.
La Guerra de Portugal, esa que ha pasado a la historia con el nombre de la Restauraçao, fue la causa de sus vidas, la misma que les encumbro a un merecido lugar entre la leyenda y la realidad. Un mito ya para sus contemporáneos, y un recuerdo inolvidable para las generaciones futuras.
Grupos de caballistas populares, formados en su totalidad por voluntarios
Antes, hombres dedicados a las tareas rutinarias del campo, y después, con la irrupción de la guerra, obligados a cambiar la hoz y el arado, por el mosquete y la espada.
<< Compañía de Montados de La Zarza >> se titularon, y unas veces de motu propio, y otras obedeciendo órdenes de los jefes del Real Ejército de Extremadura, cabalgaron la frontera para hacer rapiña, destruir sembrados, robar ganados, incendiar aldeas... Enfin, la violencia de cualquier guerra.
Nacieron en 1644, cuando, tras un ataque de los enemigos portugueses a la villa de Zarza, para vengar la afrenta

<<...empeçaron a compra cauallos, y á armarse con tal ardor, q al ppo del año de 45, ya fe hallavan con 110 cauallos efcogidos...>>

Las fértiles campiñas de Castelo Branco y Penamacor, fueron escenario predilecto de sus acciones de saqueo.
Conocían al detalle la Raya. Muchos se habían dedicado a comerciar y, desdeluego, el contrabando siempre estuvo presente desde tiempos antiquísimos. Fue una buena escuela.
Poblaciones antes amigas, y ahora rivales.
Zibreira, Alfaiates, Penha García, Monsanto..., incluso hasta tierras arriba, en la comarca del Ribacoa portugués, defendida por la fortificada plaza de Almeida, se atrevieron a llegar los célebres Montados de La Zarza.
Hubó épocas en las que <<...no fe dió quartel a hombre de guerra...>>.
Bien comprobó el valor de estos jinetes don Sancho Manoel de Vilhena, gobernador militar del distrito lusitano de Castelo Branco-Penamacor. Muchas veces se enfrentó a ellos, y en otras tantas salió derrotado.
Decía un cronista, elogiando a sus paisanos:
<<...Los de la Zarza, en Extremadura, junto a Alcántara, no cogen portugués que no hagan piezas de él...>>
Por sus logros militares, uno de aquellos esforzados jinetes, Juan Montero, merecio el grado de capitán, concedido por el mismísimo monarca Felipe IV.
Y como Capitán Polán, gano la eterna fama.
No fue el único. Junto a él tuvieron reconocimiento general otros compañeros de combate.
Traigamos a la memoria una de sus aventuras épicas, que sucedió allá, en 1647, por el mes de marzo.
En semejantes días gobernaba la compañía don Diego de Martos, quien reunió a 63 jinetes. A ellos se sumaron otros, que no quisieron perderse lo que ya se suponía iba a ser un gran botín de guerra. El eco de triunfos precedentes era de sobra conocido.
Siguiendo trechas y veredas casí ocultas en el monte, al amparo de las sombras de la noche, cruzaron la frontera, y sin dar descanso a las caballerías, en pocas horas de marcha se presentaron ante el pueblo de Lousa, situado 10 leguas tierra adentro del enemigo.
400 vacas, 3.000 ovejas y carneros, 100 yeguas y algunos mulos, fue la presa obtenida.
De regreso les esperaban, en una planificada emboscada, numerosa tropa de soldados de a pie, reforzados por caballería portuguesa.
La escaramuza que siguió fue brava. Se perdieron varias monturas, pero al final, con coraje, lograron, los aguerridos Montados, escapar de la celada y salvar gran parte del botín.
En su pueblo, Zarza, fueron recibidos y aclamados como auténticos héroes.
Y el napolitano Mazzacan, que lideraba la guarnición local, dio buena fe a las autoridades superiores de aquel gran éxito.
Sin embargo, no siempre la victoria acompañó a aquellos Montados.
En Portugal, a su imitación, se levantaron compañías por vecinos de los pueblos fronterizos, que veían en este modelo la única forma de defenderse de los contínuos ataques que realizaban los Montados de Zarza. Se las llamó Companhias de Moradores e Pilhantes, las cuáles, en más de una ocasión, recorrieron los campos zarceños, infligiendo duros revéses a los paisanos y jinetes locales.
Pero la tradicción popular deja a un lado ese recuerdo negativo. Se prefiere la imagen triunfal y mítica, como firme prueba de los años dorados de la villa de Zarza.
No en vano, en tiempos de sus hazañas, se escribió un extenso manuscrito << Empressas militares que los valerosos zarçeños gloriossamente han adquirido de los portugveses confinantes, opvestos a Castilla, desde el año de 1640 >>.

Realidad y leyenda.
 
 
IMAGEN: un oficial de caballería de mediado el XVII. Documentos que narran las peripecias militares de La Compañía de Montados de La Zarza.

 

miércoles, 15 de julio de 2015

Un viaje al pasado


                 Roque Joaquín de Medrano era escribano público de Zarza la Mayor.
                En su despacho, día tras día, en un voluminoso grupo de legajos, anotaba y daba legal forma a todo tipo de acontecimientos: actas de poder de representación, escrituras de venta, permuta, traspaso, diligencias judiciales, certificados, testamentos, probanzas....
                Gracias a su oficio, puede decirse que don Roque era gran conocedor de la rutina diaria de sus convecinos zarceños. Apenas se escapaba asunto que no quedará reflejado, previa solicitud de los interesados, en su archivo de protocolos.
                La fortuna se ha tornado favorable, y hemos podido acceder a esa notable fuente informativa.
                Queremos rescatar, aquí, unos ejemplos, que, sin duda, contribuirán para conocer mejor cómo vivían los zarceños y zarceñas hace ya doscientos años, a mitad del siglo XVIII.
                Y lo vamos a hacer guiados, precisamente, por el espíritu de nuestro escribano, en un viaje a la <<memoria colectiva>>, patrimonio inmaterial de Zarza y sus vecinos.
                Comenzamos, pues, nuestro paseo, por vía principal de antaño, la rúa de Los Mesones, que hoy, 25 de junio, presenta escena un tanto triste.
                Una casa de la acera derecha, subiendo desde las eras de San Antón, tiene demasiado ajetreo. En ella reside María <<la Morana >>. El escribano, quien ya redactó su Testamento, nos alerta, con gran sentimiento, que María padece grave enfermedad. Postrada en el lecho de muerte, recibe, por última vez, a familiares y amigos para despedirse. Es seguro no verá la luz de un nuevo amanecer.
                Proseguimos. Algo más arriba tampoco se respira un clima de sosiego.
                A Domingo González Jorge la justicia le ha embargado, esta misma mañana, una jaca negra y un mulo color castaño oscuro. No había pagado los réditos al cruzar la aduana con Portugal, cuando regresaba de sus habituales viajes comerciales. Sin bestias para trajinar, poco podrá emplearse en su oficio, y así se pierden jornales para mantener a la numerosa familia. Dejamos al apesadumbrado Domingo, con nuestros mejores deseos de que halle pronto solución a sus problemas.
                El fiscal también ha tenido trabajo antes de llegar a casa del arriero. Previamente hubo de recoger testimonios contra los administradores de la, ya desaparecida, Real Fábrica de Sedas. Corre el rumor que un enorme desfalco económico se oculta en los libros contables de las oficinas fabriles. La comunidad zarceña solicita castigo para los infractores. Una comisión vecinal, compuesta por Pedro Montero, Domingo de Sande, Sebastián Morán, Juan José López, Tomás Gazapo, Miguel Cid, Alvaro Pérez, y otros tantos comerciantes, presta juramento ante el abogado Marcelino Canales, en un aposento situado en la calle Vitigudino.
                Toca el turno, ahora, de conocer al matrimonio Jacinto Rodríguez y su mujer, Isabel González, que viven en la esquina del callejón del Macho, lindera con la calle de Hurtado. La pareja es el primer soplo de alegría que hoy encontramos en el pueblo. Afortunadamente pueden pasar ajenos ante los males de sus convecinos. A base de trabajo y sacrificio, han logrado acumular cierta cantidad de reales. Con ellos aprovechan el miedo de otros. Están en estos momentos firmando la compraventa de un molino, situado en la dehesa de Benavente.
                Andando, andando, siguiendo calle arriba, nos hemos plantado, casi sin querer, en la Plaza Mayor. En su ayuntamiento tienen hoy celebración plenaria los señores consistoriales: Sebastián Montero y Fernando de Sande, acompañados de regidores y del procurador, Gregorio de Sande. Todos han de cumplimentar los trámites para reclutar a los soldados que, por cupo, debe ofrecer la villa zarceña al ejército. Las papeletas y el cántaro van dictando: Diego Caro y Agustín Perianes son los seleccionados. En sus casas la noticia causa gran pesar porque, con su ingreso en filas, habrá menos brazos para labrar los campos.
Dejando a la milicia, otro runrún popular circula por la Plaza.
                Un grupo de chismosos vecinos, que buscan la frescura de la sombra junto a las gradas de la iglesia parroquial, bajo la frondosidad del viejo álamo, discuten acaloradamente. Los más parlanchines comentan cómo en la taberna de Domingo Terrón, una noche, a comienzos de este recién estrenado verano, se vio a la esposa en relación algo deshonesta; es por eso que Domingo tiene hoy mal cariz, y sirve vino con pocas ganas a quien se acerca para refrescar la garganta.
                Abandonando el mentidero, el ensordecedor ruido procedente de un callejón, que desemboca en el próximo Coso de los Toros, llama la atención de los transeúntes.
                Enseguida aparece una partida de caballistas. No cabe duda que son soldados, más en concreto el piquete del resguardo de fronteras, al mando de un cabo.
                Por la zona suelen rondar cuadrillas de bandoleros y contrabandistas. De conocidísima mala reputación son los tres hermanos Alpedrinas, ladrones, que viven en lo fragoso del río Alagón, en unas cuevas; o aquel otro que llaman Pocarropa, máxima autoridad en el mundillo del hampa.
                Conviene, por tanto, mantener la vigilancia estrecha. La sierra de Valdecaballos, dónde dicen han sucedido los más lamentables actos de violencia que se recuerdan, lugar de paso obligado para viajeros. Escenario bien conocido por estos caballistas, defensores de lo común.
              Suenan las campanas de la iglesia. Ya es más de mediodía, y el apetito, a estas horas, se va haciendo notar en los estómagos. Nuestro mentor, don Roque, haciendo honor a su buen servicio, aconseja preguntar por Sebastián de Sande quien, junto a su domicilio, en la Cruz de la Puentita, regenta un horno de pan que antaño fundará Juan Alonso Maese. El acompañamiento, un pedazo de queso y un poco de chacina, lo podemos conseguir en una cercana abacería, propiedad de Isabel de Sancho.
                Tras la pitanza, con renovadas fuerzas, continua el recorrido por las calles de Zarza.
              Al pasar por una de las más principales, que por eso recibe el nombre de Concejo, se descubre un singular personaje, ya de adelantada edad, pero cuyos rasgos dejan intuir una vida sosegada, lejos del trabajo rural. Es Bartolomé Hernández Borrellas, descendiente de familia hidalga. En su edad adulta, se muestra satisfecho porque sus dos hijos varones han podido cursar en una de las más celebradas universidades de aquel tiempo, la de Salamanca. Formados y con futuro, lejos del arado, la hoz y la vida servil.
                Afortunados ellos, en un mundo en el que la gran mayoría de jóvenes son carne de cañón para bregar el campo. Nos consolamos al saber que Pedro Martín Gallego y Francisco Montero Perianes, ofrecen en sus domicilios clases de primeras letras a quien quiere, o le es posible, optar a algo mejor.
                Cerca del domicilio del preclaro Bartolomé, al final de una callejuela que hace honor a su nombre, Angosta, un nutrido grupo de personas forma impaciente cola ante la puerta de una casa. Allí vive el cirujano, don Francisco Ibañéz del Castillo. Los vecinos acuden en busca de medicamento con que resolver sus achaques. Siendo más precisos, decir que don Paco receta, y luego Juan del Corral y Ventura de la Cruz cocinan, en sus bóticas, los ungüentos reclamados.
                Poco a poco, el entramado de calles se torna en cuesta, hacia el punto más alto de la población, que llaman, como no podía ser de otro forma, El Castillo.
                  Antes, pasamos por una luminosa plazuela, la del Arconocal. Por ahí está el matrimonio Juan Moreno y Paula Polán, que se dirigen a una huerta cercana, situada frente a la ermita de Santa Clara.
                  La Barrera del Castillo se nos hace visible a medida que ascendemos por la calle Santo Cristo. Por cima de los pardos tejados, asoman ya los muros de una antigua fortificación.
                  Nuestro andar se detiene bruscamente. Un gran rebaño de merinas esta cruzando la Cañada Real, que transita por este lado de Zarza. Son del ganadero mesteño Antonio José Segura, que todos los años baja, desde tierras burgalesas, a pastar en la dehesa de Benavente. Ahora, finalizada la campaña de hierbas, está listo para regresar a su hogar serrano.
                  A los márgenes del cordel, salpican varias chozas de pastores; y frente a la ermita del Castillo hay una tenería. Pertenece a Francisco de Sales Botello. El olor de las pieles curtidas impregna todos los alrededores.
                  Siguiendo el alegre tintineo de los campanos, descendemos del Castillo por la calle de los Canales, y entramos nuevamente en el casco urbano por los restos que quedan en pie de la vieja Puerta de la Villa, junto a la cual está sentado, plácidamente, Francisco Montero de la Cana. Charla con su amigo Mateo Borrero, que acaba de llegar con un par de jumentos, que cargan sobre sus lomos serones repletos de rojiza tierra. Con ella elaborará luego el barro para fabricar pucheros, botijos, platos...,etc. No cabe duda que es el alfarero.
                   Los restos del foso que rodeaba a la vieja muralla, sirven de guía al viajero. Así, bajando desde el cerro castillero, sorprende la gran fachada de otra ermita, la dedicada al apóstol San Juan. Hoy se celebra misa, solicitada por su mayordoma, doña Estefanía de Sande Villalobos, a expensas del capellán, Diego de Cáceres, su marido. Ambos han heredado la responsabilidad de administrar los bienes del oratorio que fundará, hace más de cien años atrás, su antepasado, el canónigo don Juan de Sande.
                   Estamos otra vez casi dónde comenzamos nuestro paseo. Hemos caminado, de nuevo, por la calle Mesones. Comienza a doblar el esquilón. El presbítero, don Tomás Zango, corre apresuradamente hacia la casa de María “la Morana”. Parece que ha llegado su final, y el párroco colegial, Diego Calderón, no está disponible para administrar el Santo Sacramento a la moribunda.
                   Que fatal coincidencia. Unas mujeres estaban hablando sobre el fallecimiento de un niño en una casa de la calle Parral. Se llamaba Dominguito, y era hijo de Francisco Mirón e Inés Gutiérrez. Apenas tenía dos años de edad. La mortalidad infantil es elevada.
                    Al final de la rúa, algo grato. Unos albañiles, Blas Sánchez Templado y Diego Gutiérrez, están levantando una nueva casa. Por este lado el pueblo se nota que va en continuo crecimiento.
                   Frente a ellos, al otro lado de la incipiente calle, Alonso Jiménez Lozoyo, el herrero, muy concentrado en sus tareas. Mejor no despistarle.
                    Poco a poco, el día va perdiéndose por el horizonte. Ya en el Egido Patero, oculto el sol, con la frescura del atardecer, grupos de vecinos reunidos.
                    Fernando Placeres y Eusebio Rangel. Sus respectivas jornadas de trabajo han sido duras. El primero ha estado recogiendo sus mieses en una heredad, sita en Valle de Gonzalo Mateos. El otro viene desde la Piedra Alta, de regar una huerta de legumbres. Se recogen al descanso de sus hogares.
                     Unos carromateros, Andrés Chaparro, Juan Blanco y Victorio Barroso, hacen su entrada en el pueblo. Andrés es un sobreviviente del terremoto de Lisboa. Estaba allí aquel día, trabajando en representación de la Real Compañía de Sedas.
                               Más adelante, dos siluetas. Al acercarse observamos a dos hombres que, por su porte, deben ser de los que aquí llaman acaudalados. En efecto. Son Pedro de Sande Marto y Miguel Jerónimo Alemán de Sande, sin miedo a equivoco los vecinos con más lustre de la población. Seguro que vienen desde la huerta de la Fontanina, dónde se crían jugosas y refrescantes sandias. El vergel, por cierto, es propiedad de un allegado, Diego de Sande y Figueroa.
                   Terminamos la caminata junto a la puerta de la posada de Isabel Bárbara Sánchez, último lugar para este viaje a la memoria.
                    Nos cuenta Domingo Sánchez Agudelo, que sus habitaciones están todas ocupadas. En estas fechas son muchos los forasteros que llegan para comerciar o, simplemente, de paso a otros destinos. Se escuchan aquí ciento de historias.
                    Paciencia, oyente y lector curioso. Habrá ocasión para contarlas más adelante.
                    
IMAGEN: libro de protocolos, propiedad de don Roque Joaquín de Medrano y Vargas, en el cual apuntaba minuciosamente los quehaceres diarios de sus convecinos zarceños. Año de 1757. Laus Deo.
 
 

sábado, 20 de junio de 2015

Salvaterra do Extremo, el objetivo deseado



<<..esta situada sobre [...] frontera de lazarça de Alcantara [...] començada afortificar a lo moderno [...] cuure el campo quellaman de las Erañas, granero de Portugal, conque sera daño consideraule para los portvgveses si lapierden...>>

Con las anteriores palabras era descrita, a finales del año 1646, la villa de Salvaterra do Extremo, según el parecer del conde de Fuensaldaña, por entonces máxima autoridad del Real Ejército de Extremadura.

Plaza fuerte portuguesa, con <<... o castelo, que está fundado sóbre o rio Elges, em um penhasco por dois lados inacessivel...>>

Llave de gran parte de la provincia de Beira. Cuartel para grueso número de tropas, que desde aquí entraban en tierra extremeña al intento de realizar escaramuzas.

Motivo por el cual, no cabe duda, siempre fue un objetivo militar muy deseado. Destruir aquel <<...nido de reueldes...>>, un plan varias veces diseñado y nunca puesto en práctica.

Ahora sí. Llegó don Alonso Pérez de Vivero y los deseos se convirtieron en realidad.

Francisco de Mascarenhas, conde de Serem, lider de la defensa lusitana beirense, un buen día del mes de octubre de citado año, comunicaba, por vía de urgencia <<...haver o inimigo escalado ao luguar, mas intentar o sitio ao castello...>>

Se había producido el esperadísimo ataque de los castellanos; y la villa de Salvaterra, tomada y saqueda; pero el fortín roquero aún se mantenía libre porque <<...a bataria do inimigo nao poder ser de grossa artilharia [...] e con ella deste genero, inda que incomode os parapeitos nunqua poderá fazer ruina que occasione brecha...>>

Durante cuatro jornadas de intensa lucha, se defendieron con valor los salvaterranos. Junto a ellos, un puñado de soldados procedentes de pueblos comarcanos, y algunos otros que tuvieron la suerte de llegar a tiempo desde Elvas.

Fuera de las murallas, varios cientos de hombres, militares y civiles, bajo la atenta mirada de cabos y oficiales, queriendo penetrar en el recinto fortificado, que se alzaba en la cima de la montaña.

Ni petardos, ni bombas, ni mantas incendiarias, ni ningún otro pertrecho de guerra. Nada pudo abrir la férrea puerta del castillo y sus muros defensivos.

Volvía a informar Serem <<...o inimigo tanto que soube que o socorro era cheguado procurou abreviar e reduzir as escalas, e procurou escapar, e he certo que foi grande perda de gente...>>

Los mismos que atacaron, fueron muy críticos con el desenlace de su intentona <<...pareció más açertado no esperar alli el socorro q ajvstauam los reueldes, y asi se retiró poniendo fuego a la Vª, no sin murmuración aun delos mismos soldados, que todos jvzgaban la empresa por concluida con dos dias mas de asiftençia.....>>.
 
Una vez más los deseos no fraguaron, y Salvaterra do Extremo pudo respirar aliviada.

Mantenía intacto su poder. Seguía siendo la vanguardia de aquella parte de la frontera. Pero quedaba mucho aún para cantar victoria. Veintidos años de lucha por delante. El destino guardaba, celoso, nuevas sorpresas. 
 
En la imagen: panorámica aérea de Salvaterra do Extremo, y diseño de la villa y su castillo en el siglo XVII.
 
 

martes, 16 de junio de 2015

Ceclavin, higiene social y salud pública


Preocupación por mantener en condiciones aceptables los lugares comunes.
A falta de niveles de desarrollo médico que protegiesen a la ciudadanía, el mejor modo de asegurar la perpetuidad y estructura de la sociedad local ceclavinera, era la prevención.
Luchar contra la aparición de enfermedades y plagas exigía adoptar medidas sanitarias adecuadas.
Vías públicas, calles, callejas y caminos, espacios de tránsito de personas y animales,  lugares aptos para servir como cuna de gérmenes de bacterias. Es evidente que convenía mantenerlos lo más limpios y aseados que fuera posible.


Y ahí está la legislación, anunciando prohibiciones y castigos.
Quizás, a tenor de estos renglones de la historia de Ceclavin, veamos ahora con otros ojos a nuestros antepasados, y no con la carga de suciedad a la que nos ha malacostumbrado el cinematógrafo.
No serian tan pulcros como en la actualidad, pero tampoco unos lodazales.
Juzgue el lector según el documento.

LIMPIEZA DE LAS CALLES



<<...Otrosi, por q la dha Uilla e calles della eften limpias, mandamos q todos los ueçinos e limpien las dhas calles, e echen lo suçio fuera de concexo e cuerpo de la dha villa e parte donde no perjudique a lo vecinos donde uiven [...] e la personna q lo contrario hiziere caya en penna de beynte mrvs para el affentador...>>

 
En la imagen, capítulo dedicado al saneamiento del entramado urbano ceclavinero, inserto en las Ordenanzas Municipales, aprobadas mediado el siglo XVI.