domingo, 3 de julio de 2016

Velando armas

<<...Año de 1641. Rebelado Portugal por los fines del año antecedente, se imbiaron luego diferentes personajes a la frontª, como en tiempo de Felipe 2º, pª q cada uno en su distrito armase la gente necesª, fortificase los pvestos mas a proposito, y dispusiese todo lo demas que se reqeria para la offensa y defensa. Señalose a cada Gral un ministro togado, q con tlº de superintendente de la Justª. le asistiese en el manejo, y exon de lo que tocaba a su profesion. El Conde de Oñate y Vª Mediana fue el prº q en esta forma baxo a Estremª, hizo su asiento en Albuquerqe, y era su distrito desde aquella plaça hasta Sierra de Gata. Asistiole d. Jª de santiliçes, entonçes del Consº de Yndias ....>>.

   Pocas palabras pueden añadirse al párrafo anterior, pues bien resume el modo en que se estableció la defensa de la franja fronteriza con Portugal, que actualmente se corresponde con el occidente de la provincia de Cáceres.
   El cuartel principal de mando de esa demarcación se ubicó en la villa de Alburquerque; pero era un distrito demasiado amplio para disponer de tan sólo un eje aglutinador. Así, compartió titularidad con la plaza de Alcántara, desde dónde se controlaban con mayor precisión las poblaciones situadas al norte del río Tajo, en tanto que las del sur dependían directamente de la sede alburqueña.
   Y en Alburquerque, tal como nos lo recuerda el texto, afincó aquel que fue designado para dirigir todo el distrito: don Iñigo Vélez de Guevara y Tasis, conde de Oñate y Villamediana.
   Prosiguen después dichas líneas diciendo que el gobernador político-militar conto con la ayuda de un eficiente funcionario, Juan de Santilices. Cierto. Entre ambos se dedicaron, casi toda la anualidad de 1641, a coordinar las tareas de defensa de un territorio que, por entonces, presentaba graves carencias para afrontar una incipiente guerra contra la vecina nación portuguesa.
   Mucho trabajo tenían por delante Oñate y Santilices. No debían demorarse, y nada más hacer asiento de sus respectivos cargos, trazaron planes. Lo primero, conocer el estado real de la situación para, con los datos correctos, analizarlos y comenzar a planificar lo que era necesario al objeto de fortalecer tan vasta extensión fronteriza.
   Recorrieron todas la poblaciones que quedaban bajo su responsabilidad; se entrevistaron con todos aquellos personajes que podían ofrecer colaboración; emitieron órdenes para reclutar hombres hábiles para el manejo de las armas; requisaron, compraron, y repartieron todo tipo de pertrechos y otros utensilios bélicos; se recolectó lo mejor de los campos y huertas de siembra para llenar los almacenes de avituallamiento; se mejoraron los sistemas defensivos de muchos pueblos, bien reconstruyendo lo existente o haciendo nuevos baluartes y fortines..., etcetcetc. Una tarea dantesca.
   De todo ello queda hoy abundante testimonio. Por un lado un numeroso grupo de documentos; de otro, los propios restos de aquellos edificios que, en su tiempo, sirvieron para guarnecer a los habitantes del distrito rayano. Y también lo que, como un tesoro, conserva la memoria popular.
   Tomando notas de esos papeles, piedra y acervo cultural, sabemos, por ejemplo, cual era la naturaleza de plazas tan importantes como las referidas Alburquerque y Alcántara, de quienes dependía gran parte de la seguridad del resto de las comarcas que encabezaban.
   En esta última, con un castillo prácticamente derruido, la posición fuerte de sus vecinos era el famoso puente levando sobre el Tajo. Obra, entre otros curiosos aspectos, de enorme longitud <<...donde una posta tiro con una escopeta y vala rasa de un lado a otro a un blanco y alcanzo la vala...>>. Pero, sin embargo, la guarnición militar era escasa, y apenas dueña de armas para todos sus integrantes. Un primer punto a corregir.
   Alburquerque mejoraba las expectativas, siendo población de gente <<...velicossa y inquieta, enseñada ahazer grandes exçessos...>>, lo que, sí en parte beneficiaba en pro del espíritu guerrero, en parte perjudicaba: vigilar a los díscolos e indisciplinados era misión complicada. La fortificación alburquense ofrecía un aspecto más saludable, con muralla entera, asomada a un despeñadero casí insalvable para frenar ataques de hipotéticos enemigos.
   Los informes continuan hablando: Valencia de Alcántara, que trabajaba en su línea de murallas para cerrar parte del caserio, hasta entonces indefenso en el extrarradio; Brozas, lugar grande, pero abierto, con un palacete no muy seguro; Trujillo, bien fundada y protegida; Cáceres, cuyo ayuntamiento había acordado levantar algunas torres de vigilancia en derredor de la ciudad; La Codosera, pequeña aldea en la misma frontera con los rebeldes lusos, necesitada de soldados que cubriesen su flanco; Azagala y Piedrabuena, castillos medievales acondicionados ahora para la guerra que estaba comenzando; villa de La Zarza, bastión indispensable para la defensa de Coria y Sierra de Gata...., y así una amplia nómina de localidades, cada una con sus características, positivas y negativas, valorándose la forma de aprovecharlas de la mejor manera en bien común.
   De enero a junio de 1641 fueron pasando los días y los meses. Llegado el caluroso verano, comenzaron las hostilidades. Pequeños devaneos, escaramuzas de mínima consideración, pero que sí fueron poniendo a prueba los recursos defensivos que hasta ese momento Oñate y Santilices habían organizado.
   Al otro lado, Alvaro de Abranches e Cámara dirigía los asuntos defensivos de la provincia de Beira. Como hicieron los castellanos, también en Portugal designaron dos puntos de interés: Almeida y Penhamacor. Con mayor responsabilidad la primera, aunque el tiempo obligó a compartir su lugar de vanguardia con la segunda.
   Reclutas, acopio de material militar, recomposición de fortificaciones, fueron tareas similares en uno u otro lado de la frontera. Y los Informes vuelven a recordárnoslo.
   Pronto iremos desgranando, folio a folio, ese rico archivo documental que guarda celosa la raya beirense-cacereña. Mientras tanto, cuales soldados de primera línea, oteamos el horizonte y, con los cinco sentidos en alerta, quedamos velando armas.