La década de los años sesenta fue
muy virulenta.
Una
guerra que había comenzado casi veinte años atrás, se tornaba ahora más
peligrosa que en ningún otro momento del pasado.
En
las fronteras entre los dos reinos peninsulares se iba acumulando un gran número
de soldados; cifras hasta entonces desconocidas.
Liberado
de otros frentes bélicos, el monarca castellano Felipe IV estaba en condiciones
de reunir un potente ejército y situarlo en el único punto dónde aún persistían
los problemas: Portugal.
Y
en Portugal, curiosamente, el paso de los años había dado ventaja para ir
organizando a unas tropas en origen bisoñas, y en estos momentos mejor
preparadas, y dirigidas, para resistir el ataque final de los felipistas.
Se
anunciaba una guerra de verdad. De las que suman a muchos soldados, mucha
artillería, abundancia de pertrechos. Una guerra librada en campos de batalla
reales, sin tapujos, cuerpo a cuerpo.
A
pesar de todo, el día a día para los habitantes de la frontera, tanto a un lado
como a otro, no cambio en exceso respecto de lo que se había vivido en etapas
precedentes.
La
pequeña guerra, la de las escaramuzas rápidas y devastadoras, no quedo apartada
en los planes tácticos de ambos ejércitos litigantes.
Era
útil. Un modo de entrenamiento para los hombres de guerra; un modo de cansar al
rival; un modo de divertir y entretener a los efectivos defensores de una
determinada zona. Un modo de sacar máximo provecho exponiendo poco. En
definitiva, un modo de vida para una gran mayoría, que veía en este modelo de
guerrear un filón para sobrevivir, y también para medrar.
Tierras
ya muy yermas después de tantos años de lucha. Cierto. Pero que seguían
ofreciendo un interés especial. En ellas siempre había algo que robar, que
quemar, que destruir.
Daba
igual la zona elegida. La frontera al completo fue una llama intensa. Lo mismo
al norte que al sur, o en el centro.
Veamos.
Abajo,
lindando con la Andalucía, desde febrero las plazas fronterizas alentejanas
estuvieron en alerta permanente ante la posibilidad de un ataque castellano.
Dinis
Melo de Castro, teniente general de caballería, gobernador interino de Moura,
bien lo sabía, no dudando por ello en mejorar la guarnición de la villa con
tres nuevas compañías de montados. Los avisos no engañaban <<...o
inimigo intentaria por aquella parte alguna entrada...>>.
Hubo
de esperar poco para confirmarlo. El asistente de la milicia sevillana
informaba a Madrid, en los comienzos de abril <<...yntentado haçer una correria en
el Reino reuelde, yecho todas las preuençiones que enseña el arte de la gverra
pª poderla lograrr con menos riesgo...>>.
Subamos
hacia arriba. En tierras de Badajoz, epicentro de la guerra, se ejecutan también
los deseos de cabalgada.
Ahora
eran los propios portugueses quienes tomaban la iniciativa de pillaje. Por eso
<<...ao rebate das atalaias montou en Badajoz o tenente-general D. Joao
Pacheco com as companhias de cavalos da guarniçao daquella praça...>>.
Ascendemos.
Más
ganas de correr los campos. Ahora en territorio alcantarino, dónde <<...acauo
detener auisso que tres dias a fue el enemigo con 300 cavallos a recoger el
ganado que pasta en aquellas campañas...>>.
Se
diluye la frontera extremeña. Persiste la guerra.
Con
idéntica tónica, el golpe más duro lo recibieron en la comarca de Ciudad
Rodrigo. Por allí, después de quemar varias aldeas, Manuel Freire de Andrade <<...marchou
a sete de Março a ganhar o castelo de Albergaria...>>. No iba sólo,
pues se hizo acompañar <<...com quatro mil infantes pagos e quatro peças
de artilharia, tres petardos e um morteiro...>>.
Un
plan militar muy preparado: si lograba ganar el puesto infligía severo daño a
los mirobrigenses, ya que, en palabras del jefe de éstos, el castillo
albergallo <<...nos hera de grande importancia para la
quietud delos campos de Robledo y Agadones, assi como para la comunicacion
delos puertos de Robledillo y Escargamaria [sic] y Sierra de Gata...>>.
Decir
que le fueron bien las cosas al portugués sabe a poco. Tras asolar la población
se llevo, entre otras muchas cosas, aquellas que recoge una <<...Memoria
delas muniçiones de gverra y bastimentos que entregue al almojarife del reuelde
eldia que capitulo e se rindio el castillo de la albergurias..>>.
Y
más, y más, y más. Toda la tierra devastada.
En
fin, que, como decíamos al principio, con estas escaramuzas, entradas, correrías,
cabalgadas, se inauguraba una década prodigiosa para la Guerra da Restauraçao.
De los momentos grandes
daremos cumplida cuenta en otro capítulo; mientras tanto quede aquí el recuerdo
de la guerra monótona de cada día. Sí, esa que, a priori, queda lejos del campo
de batalla principal, del ruido de los ejércitos gruesos; pero, no nos
engañemos. Siempre cerca, demasiado, del dolor, el sufrimiento, y violencia de
las armas.
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