domingo, 3 de abril de 2016

Corriendo los campos; saqueando los pueblos


             La década de los años sesenta fue muy virulenta.

            Una guerra que había comenzado casi veinte años atrás, se tornaba ahora más peligrosa que en ningún otro momento del pasado.

            En las fronteras entre los dos reinos peninsulares se iba acumulando un gran número de soldados; cifras hasta entonces desconocidas.

            Liberado de otros frentes bélicos, el monarca castellano Felipe IV estaba en condiciones de reunir un potente ejército y situarlo en el único punto dónde aún persistían los problemas: Portugal.

            Y en Portugal, curiosamente, el paso de los años había dado ventaja para ir organizando a unas tropas en origen bisoñas, y en estos momentos mejor preparadas, y dirigidas, para resistir el ataque final de los felipistas.

            Se anunciaba una guerra de verdad. De las que suman a muchos soldados, mucha artillería, abundancia de pertrechos. Una guerra librada en campos de batalla reales, sin tapujos, cuerpo a cuerpo.

            A pesar de todo, el día a día para los habitantes de la frontera, tanto a un lado como a otro, no cambio en exceso respecto de lo que se había vivido en etapas precedentes.

            La pequeña guerra, la de las escaramuzas rápidas y devastadoras, no quedo apartada en los planes tácticos de ambos ejércitos litigantes.

            Era útil. Un modo de entrenamiento para los hombres de guerra; un modo de cansar al rival; un modo de divertir y entretener a los efectivos defensores de una determinada zona. Un modo de sacar máximo provecho exponiendo poco. En definitiva, un modo de vida para una gran mayoría, que veía en este modelo de guerrear un filón para sobrevivir, y también para medrar.

            Tierras ya muy yermas después de tantos años de lucha. Cierto. Pero que seguían ofreciendo un interés especial. En ellas siempre había algo que robar, que quemar, que destruir.

            Daba igual la zona elegida. La frontera al completo fue una llama intensa. Lo mismo al norte que al sur, o en el centro.

            Veamos.

            Abajo, lindando con la Andalucía, desde febrero las plazas fronterizas alentejanas estuvieron en alerta permanente ante la posibilidad de un ataque castellano.

            Dinis Melo de Castro, teniente general de caballería, gobernador interino de Moura, bien lo sabía, no dudando por ello en mejorar la guarnición de la villa con tres nuevas compañías de montados. Los avisos no engañaban <<...o inimigo intentaria por aquella parte alguna entrada...>>.

            Hubo de esperar poco para confirmarlo. El asistente de la milicia sevillana informaba a Madrid, en los comienzos de abril <<...yntentado haçer una correria en el Reino reuelde, yecho todas las preuençiones que enseña el arte de la gverra pª poderla lograrr con menos riesgo...>>.

            Subamos hacia arriba. En tierras de Badajoz, epicentro de la guerra, se ejecutan también los deseos de cabalgada.

            Ahora eran los propios portugueses quienes tomaban la iniciativa de pillaje. Por eso <<...ao rebate das atalaias montou en Badajoz o tenente-general D. Joao Pacheco com as companhias de cavalos da guarniçao daquella praça...>>.

            Ascendemos.

            Más ganas de correr los campos. Ahora en territorio alcantarino, dónde <<...acauo detener auisso que tres dias a fue el enemigo con 300 cavallos a recoger el ganado que pasta en aquellas campañas...>>.

            Se diluye la frontera extremeña. Persiste la guerra.

            Con idéntica tónica, el golpe más duro lo recibieron en la comarca de Ciudad Rodrigo. Por allí, después de quemar varias aldeas, Manuel Freire de Andrade <<...marchou a sete de Março a ganhar o castelo de Albergaria...>>. No iba sólo, pues se hizo acompañar <<...com quatro mil infantes pagos e quatro peças de artilharia, tres petardos e um morteiro...>>.

            Un plan militar muy preparado: si lograba ganar el puesto infligía severo daño a los mirobrigenses, ya que, en palabras del jefe de éstos, el castillo albergallo <<...nos hera de grande importancia para la quietud delos campos de Robledo y Agadones, assi como para la comunicacion delos puertos de Robledillo y Escargamaria [sic] y Sierra de Gata...>>.

            Decir que le fueron bien las cosas al portugués sabe a poco. Tras asolar la población se llevo, entre otras muchas cosas, aquellas que recoge una <<...Memoria delas muniçiones de gverra y bastimentos que entregue al almojarife del reuelde eldia que capitulo e se rindio el castillo de la albergurias..>>.

            Y más, y más, y más. Toda la tierra devastada.

            En fin, que, como decíamos al principio, con estas escaramuzas, entradas, correrías, cabalgadas, se inauguraba una década prodigiosa para la Guerra da Restauraçao.
 
            De los momentos grandes daremos cumplida cuenta en otro capítulo; mientras tanto quede aquí el recuerdo de la guerra monótona de cada día. Sí, esa que, a priori, queda lejos del campo de batalla principal, del ruido de los ejércitos gruesos; pero, no nos engañemos. Siempre cerca, demasiado, del dolor, el sufrimiento, y violencia de las armas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario