Le apodaban <<Ruin>>,
aunque fue más conocido por su patronímico <<Semental>> que, curiosamente,
a priori, no era indicio de tipo peligroso.
Tampoco lo parecía, tras un
simple examen visual. Describíase como de corta estatura, delgado de cuerpo,
color claro, y, eso sí, con bastante patilla.
De no ser por el sombrero redondo
y chaqueta de pieles de borrego, que vestía con orgullo, abrazando el tipismo de los hombres de
monte y vida arriesgada, difícil hubiera sido tildarlo de persona no grata. En todo
caso, si quedaban dudas, éstas se despejaban de un plumazo, al observar la
carabina y pistola que portaba el rufián. Y para terminar, montado sobre un
caballo negro de bastante alzada. Ahí era nada aquella aparición, en medio de
los abandonados caminos.
No había senda o vereda que
escapase a su conocimiento. Se movía a libre antojo por tierras apretadas entre el
río Alagón y la fronteriza rivera de Erjas; y cuando el riesgo ceñía más de
lo deseado, sus escondites se situaban en las fragosidades de la cercana Sierra
de Gata, bajo vigilancia del mágico Jálama. Pero, sin duda, el lugar
preferido para descansar y apartarse del acecho, estaba en los tranquilos, y
nada sospechosos, pueblos portugueses, todos vecinos a la Raya fronteriza. Su
espacio natural por excelencia.
Comenzó sólo, pero las famosas
andanzas que acaudilló, pronto le hicieron sumar compañeros de viaje.
Florentín tuvo el honor de ser el primero en
unirse. Luego llegaron <<Patato>> y Andrés <<El Rito>>.
¡¡Vaya cuadrilla!!. Juntos no tenían rival.
Temblaban los viajeros cuando, dispuestos
a recorrer los pedregosos caminos hacia sus destinos, recibían el aviso previo
de lugareños y autoridades, ante la posibilidad de toparse con semejante clan.
En convulsos tiempos de política
y facciones ideológicas, camparon a sus anchas, aprovechando la anarquía
reinante.
Acusados de delito de sangre, sí;
pero forjadores de nuevos modelos para delinquir: el secuestro y extorsión fueron
su mejor arma. Un buen puñado de terratenientes bien lo comprobaron.
Es cierto que todo tiene su
inicio. Y también su final.
A nuestros protagonistas les
llego su fatídica hora de rendir cuentas. Bajo balas en unos casos, y en el
cadalso, en otros, expiaron sus culpas.
Desde luego que, a pesar de la
gran fama cosechada, no fueron pioneros en el arte del latrocinio, y menos aún en una
tierra tan acostumbrada a los usos fuera de la ley. Y aquí no cabe dejar en el
olvido a las comunes prácticas del contrabando. Una verdadera escuela.
Desde siempre dio la frontera
nombres para la leyenda y la historia a partes iguales.
Cerrando, bien llamado <<El
Pillante>>, trajinero que cabalgo sin tener sombra durante varios años del seiscientos,
hasta que un día las asesinas estocadas de un rival acabaron con sus épicas aventuras.
Alumnos y herederos de tan proverbial academia y maestro
no faltaron: Pedro, de oficio original tejedor, cambio aguja e hilo por la
albaceteña de gran porte y filo. Los correos que venían e iban a Madrid, fueron
su presa más codiciada. Entre línea y línea, se colaban maravedies y ducados.
Veguitas, Planchada, Cienfuegos,
El Rondeño, Pocapena, el clan de los Artajona..., un extenso memorial de
ladrones, contrabandistas, cuatreros, hombres al margen de la sociedad, que fueron,
sucesivamente, uno tras otro, llenando el vacío en la medida que sus antecesores dejaban
hueco disponible, al caer bajo el peso inquebrantable de la ley y sus custodios.
Podríamos hablar de muchos.
Basten, a efectos de muestra, unos cuantos. Hasta no hace mucho resonaron nombres
legendarios: Montejo, o El Bolsillo.
Y la larga nómina alcanza su postrero
representante. El fiel amigo de lo ajeno, aquel a quien llamaron Chico Cabrera.
Fue éste el último bandido decimonónico; solitario
caballista que recorrió los desfiladeros del Alagón, cruzo los vados del Erjas,
cobijó en cuevas de los olivares, pisó los ocultos caminos y veredas del monte.
Y, finalmente, perdió, como ya ocurriera antaño, una y otra vez, la batalla frente a los incansables perseguidores.
Trágico final que, merece destacarlo, sirvió para encumbrarle
hacia la gloria eterna.
A pesar de sus desgracias, él, y quienes le
antecedieron, siguen presentes en el recuerdo de las gentes que, boca en boca,
generación tras generación, contaron, y hoy siguen narrando, peripecias y
aventuras, cual héroes de pueblo se tratasen.
Ahora, en las noches frías del
invierno, con mayor fuerza y vigor laten sus memorias.
Sean estas sencillas frases aliento
para que vuelvan a cabalgar de nuevo y recuperar el trono perdido, reinando en
un mundo difuso entre la leyenda y la realidad.
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